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146 «...el Señor me dio hermanos» Polemista Al terminar su generalato (27 de mayo de 1605) no permaneció san Lorenzo mucho tiempo inactivo. En Praga había dejado una huella profunda, y muchos deseaban su regreso. Recurrieron al pa– pa Pablo V, quien a principios de 1606 le ordenó encaminarse hacia el norte. Pasando por el Tirol, llegó a Munich, donde conoció per– sonalmente a Maximiliano el Grande, duque de Baviera y cabeza de los católicos alemanes. Fue el primer encuentro de dos gran– des espíritus, llamados a comprenderse, a estimarse recíprocamente y a cooperar activamente en favor de la Iglesia católica en el Im– perio. A su llegada a Praga, Lorenzo fue acogido con calurosas mani– festaciones de simpatía y se consagró celosamente a la predicación. No se trataba de una actividad de poca monta. La iglesia y el con– vento de capuchinos se encontraban junto a la residencia del empe– rador y se habían convertido en lugar de encuentro para diplomáti– cos y embajadores, ministros y cortesanos, quienes, después de las funciones religiosas, se detenían con discreción para tratar sus asun– tos sin llamar la atención. En la iglesia de capuchinos tenían su propio puesto el nuncio apostólico, los ministros católicos y los em– bajadores. Por eso predicar desde aquel púlpito equivalía a predicar a los principales personajes de la política imperial y a los represen– tantes de los príncipes católicos de Europa; y las palabras que allí se pronunciaban podían tener una enorme resonancia, como se pue– de comprobar hoy examinando los despachos que aquellos años lle– gaban desde Praga a las cancillerías de Venecia, Florencia, Roma, Madrid, etc. Ahora bien, si había un hombre que por la competen– cia teológica, por la valentía oratoria y la creciente fama de santi– dad podía subir dignamente a aquel púlpito, éste era sin duda Lo– renzo de Brindis. Y una voz como la suya, en aquellos momentos, era ciertamente providencial. No eran tiempos fáciles para el catoli– cismo. Aprovechándose de la debilidad del emperador y del apoyo más o menos descubierto de los ministros y otros personajes, los herejes ejercían crecientes presiones en detrimento de los católicos. Pero Lorenzo, que tenía sus informadores, lograba estar al tanto

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