BCCCAP00000000000000000001625

LORENZO DE BRINDIS 143 desea, no cesó de inflamar con ardorosos discursos a las tropas cris– tianas desmoralizadas; llegado el momento, acompañaba a los com– batientes en los mayores peligros; algunas veces iba intrépidamente por delante, con el crucifijo en la mano, bendiciéndolos e invocan– do los nombres de Jesús y María. Parecía invulnerable, incluso cuando estaba cercado por una nube de saetas y proyectiles enemigos; ni los golpes de las cimitarras podían con él. Por todas partes le arro– paba una fuerza invisible. El consejero imperial de guerra, Jeróni– mo Dentico, experto en asuntos militares, escribe en una relación oficial al nuncio pontificio: «Estaba aquel buen padre con ánimo intrepidísimo y firmísimo, como lo haría el mejor soldado y el más curtido del mundo» . Y añadía que la victoria tenía algo de milagro– so, y que todo había que atribuirlo a las oraciones de los buenos «y a las de este buen padre siervo de Dios que está con nosotros, como ya lo dice todo este ejército, incluidos los herejes más principales». En cuanto a los herejes, algunos de ellos quedaron tan impre– sionados de cuanto sucedió en torno a Lorenzo que se convirtieron al catolicismo. Dejando de lado otros testimonios, bastará decir que el mismo santo, más tarde, reconoció que «verdaderamente Dios nuestro Señor había obrado cosas tan maravillosas que se podían parangonar con las maravillas que se cuentan en la Escritura». El general santo Algunos meses después de estos sucesos, Lorenzo, vuelto a Ita– lia, fue elegido general de la Orden (24 de mayo de 1602). Con esta elección los religiosos le daban una gran prueba de estima, pero le cargaban con un pesado cometido: visitar todas las provincias, especialmente las transalpinas, que desde hacía mucho tiempo espe– raban la visita de un padre general. Solamente otro superior, Jeró– nimo de Sorbo, había logrado hacer algo parecido; pero en un tiem– po en que la Orden tenía una extensión más reducida, y valiéndose, con las debidas licencias, de una cabalgadura. Ahora, en 1602, los capuchinos estaban repartidos en treinta provincias con casi nueve mil religiosos, diseminados por gran par-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz