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LORENZO DE BRINDIS 137 estudiaba otro libro que la Sagrada Escritura, arrodillado siempre ante una imagen de la Virgen bienaventurada, con lágrimas, sollo– zos y suspiros ... ; y a medida que Dios le inspiraba, mientras estaba de rodillas, escribía las ideas que luego predicaba, sin estudiar otro libro. Y levantándose de la oración, hacía una profundísima adora– ción a la bienaventurada Virgen. Y su comida de cuares□a se redu– cía a hierbas cocidas, y ensalada con algún rábano y, a veces, un poco de pescado». Este es el testimonio de uno que viv:.ó cerca de él durante muchos años. Hoy tenemos la suerte de poder leer las «anotaciones» que el santo escribía durante su oración, y constitu– yen la parte más notable de sus escritos. Son reflexiones riquísimas y muy atinadas sobre los evangelios de cuaresma, del adviento, de los domingos, de las fiestas de los santos y de la Virgen. Después de todo lo dicho, no nos maravilla que las gentes co– rriesen en masa a escucharle y que las iglesias fuesen insuficientes para tanta multitud. Las conversiones, clamorosas a veces, se multi– plicaban a su paso. Además de dirigirse a los cristianos, Lorenzo tenía un interés especial en dedicarse a los hebreos; y éste fue un aspecto caracterís– tico de su actividad apostólica. Sabemos, que especialmente al comienzo de la segunda mitad del siglo XVI, esta forma de aposto– lado era muy recomendada y hasta urgida por los sumos pontífices y por las disposiciones sinodales; pero no era muy practicada por falta de personas preparadas. San Lorenzo, en cambio, estaba perfectamente equipado gracias a su profundo conocimiento de la Biblia, de las lenguas escriturísticas y de los escritos talmúdicos y rabínicos. A esto se dedicó por propia iniciativa desde joven en Ve– necia y dondequiera que se le presentaba ocasión. Más tarde, de 1592 a 1594, por encargo de la autoridad pontificia, predicó a los judíos de la misma ciudad de Roma. Pero lo más importante es que demostró siempre gran paciencia y caridad, aun cuando la acti– tud de sus oyentes no fuese siempre, como es natural, la más propi– cia para captar la benevolencia del predicador. Tampoco entre los judíos faltaron las conversiones.
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