BCCCAP00000000000000000001625

136 «... el Señor me dio hermanos» por la forma. Según los historiadores parece que los predicadores no trataban de anunciar a Cristo y las verdades eternas. Contra este proceder reaccionaron decididamente los capuchinos desde sus comienzos y, ateniéndose a la letra de la Regla franciscana, volvieron al Evangelio en la forma y en el fondo. Y quizás es éste el principal motivo que dio a su predicación un amplio éxito en toda Italia. La formación intelectual y espiritual de Lorenzo coincidió con aquel período en que el influjo y el fervor de los pioneros de la reforma capuchina se mantenían aún vivísimos, y en el que se resu– mían y sistematizaban las múltiples experiencias de la primera y se– gunda generación de la Orden. Por otra parte, Lorenzo estaba dotado para la predicación de un conjunto de cualidades físicas e intelectuales capaces de conver– tirlo en un verdadero orador: robustez física y armonía de propor– ciones que le prestaban una belleza digna y varonil; gran riqueza de sentimientos y una espontánea distinción que atraían y a la vez imponían respeto y reverencia; una mirada luminosa y profunda ca– paz de traspasar y conmover a las almas; una voz que podía tradu– cir las más delicadas vibraciones del espíritu y, a la vez, cuando era necesario, tronaba con fuerza y vehemencia; un gesto natural y enérgico que podía adoptar una expresión dramática. No menos favorables eran sus dotes intelectuales: una memoria imborrable que le asistía siempre y donde quiera; una agilidad y lucidez de pensamiento y de palabra que le permitían improvisar con gran facilidad y eficacia; sólida preparación remota y una eru– dición tan amplia que suscitaban la admiración de cuantos le escu– chaban. Su santidad manifiesta añadía a todo esto el acento de una profunda persuasión y una unción singular. Predicaba «con tanto amor de Dios que parecía derretirse; con tanto ardor contra el peca– do que conmovía hasta las fibras más íntimas del corazón». Y con frecuencia las palabras iban acompañadas de lágrimas. Un testigo nos dice refiriéndose a un sermón predicado a los religiosos: «A todos nos hizo llorar, y él mismo lloraba a lágrima viva». Se preparaba con prolongadas oraciones y penitencias. Cada ser– món iba precedido de «tres horas seguidas de oración, con llantos y suspiros, de modo que empapaba hasta tres pañuelos». Meditaba en el evangelio de la fiesta o del día que tenía que predicar. «Nunca

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz