BCCCAP00000000000000000001625

JEREMIAS DE VALAQUIA 129 medades, para los cuales fray Jeremías tuvo siempre una palabra de aliento y un remedio. Son voces de testigos oculares, simples, espontáneos, que evo– can con el candor de quien ha visto maravillas, la caridad seráfica del siervo de Dios. Se trató ciertamente de un fenómeno excepcio– nal, cuando algunos hermanos declararon conmovidos en los proce– sos: «Tanto que, después de su muerte, si bien no falten buenos hermanos, no hacen sino imitar su ejemplo y su caridad; pero a fray Jeremías ¿quién puede igualarle? Nosotros hemos llorado mu– chas veces, como si hubiera sido nuestra madre». Permaneció en el recuerdo de cuantos habían vivido a su lado, sobre todo como aquél que, a través de su amor, hizo sentir la ternura de una madre. Un hermano de santa vida, fray Tomás de S. Donato, afirmaba: «No se puede explicar aquella su santa cari– dad que tenía, aunque haya llegado a conocimiento de los animales irracionales, por así decir, y de las piedras del convento». Y en verdad que también hasta a los animales se alargaba su corazón, teniendo la fineza de recomendar que se proveyera a sus necesidades, porque ellos, a diferencia de los hc;>mbres, no saben manifestarlas. Un día, para evitar que el asno cayera en un pozo, se dislocó un pie con bastante daño. Hasta en semejantes detalles tenía el espíritu del Pobrecillo de Asís. Pero no se vaya a creer que todo le resultara fácil y no sintiera la debilidad de la naturaleza y que no fuera tentado de ceder al inevi– table cansancio. Se vio claramente en el caso de fray Martín el espa– ñol, en tiempos brillante oficial en los ejércitos del rey de España y después religioso capuchino de gran austeridad y penitencia. Herido de un mal tremendo y misterioso, sufría dolores lacerantes que no le daban tregua y estaba totalmente cubierto de llagas de las que su– puraban de continuo pus y sangre. Había que medicarlo y lavarlo doce veces o más al día. Ni médicos ni enfermeros podían resistir sino brevísimo tiempo en su celda. Tampoco fray Jeremías pudo resis– tir y llegó a pedir que le quitaran de la enfermería. Fue mandado «de vacaciones» como hortelano a S. Enfrén Antiguo, y acaso se habría quedado allí de no haber intervenido el Señor para hacerle compren– der, a través de un sueño admonitorio, que debía volver a tomar el servicio de los enfermos y particularmente el de fray Martín el español.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz