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128 «... el Señor me dio hermanos» había ninguna disponible. El motivo profundo era que se podía contar a cierra ojos con la capacidad inagotable de sacrificio de nuestro · fray Jeremías. El se arreglaba de cualquier modo para dormir en un hueco o bajo una escalera o las más de las veces en las celdas de los enfermos más necesitados de asistencia continua. Y todo lo cubría con su cariz humorístico, diciendo «que no tenía celda pro– pia, porque no le llegaba para pagar una pensión». No se arrogaba otro privilegio que el de reservarse los enfermos más difíciles, los servicios más humildes y fatigosos. Los hermanos que vivieron con él y se beneficiaron de su asis– tencia rivalizan en tejer, a la hora de los procesos, las alabanzas más sentidas y conmovedoras. Entresacamos algunas muestras, retocando el texto para hacerlo más legible. Su caridad con los enfermos era indecible. La observaba de una manera tan eminente que todos quedaban admirados. Día y noche servía a los enfermos y los consolaba como el padre común de todos. Mostraba con signos externos que todas sus delicias eran ser– vir a los pobres lisiados, ulcerosos y otros que no podían valerse por sí mismos. Sirvió a fray Anselmo de Calabria, un enfermo muy necesitado y molesto, porque quedó loco y se ensuciaba de arriba abajo, de forma que daba repugnancia solamente pasar delante de su celda. Fray Jeremías le lavaba el hábito, la cama, la celda, y le bañaba mezclando el agua con hierbas olorosas. El piamontés fray Plácido refiere aduciendo su experiencia per– sonal: «Yo, por haber estado enfermo en los últimos años de la vida del dicho fray Jeremías, he vivido con él en la misma celda tres años y he experimentado en mi persona aquella caridad suya, que no sé si la habría tenido de mi propia madre». Junto a su celda moraba fray Salvador de Nápoles, que además de lisiado había quedado tonto. Fray Jeremías lo servía como a una pequeñ.a criatura y le daba el alimento a la boca como «a un pajarillo». Y a pesar de que éste lo llamara intempestivamente mu– chas veces de noche, fray Jeremías nunca se cansaba de ir a aten– derlo y de tranquilizarlo diciéndole alguna gracia. Y el elenco continúa con una retahila de enfermos y enfer-
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