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2 «...el Señor me dio hermanos» por influjo del correspondiente apellido italiano. Tuvo dos hijos y una hija; de ésta sabemos por acta notarial que se líamaba Esperan– za y que estaba casada con un cierto Gerardo de Ornes. Muy probablemente María Longo se trasladó de España a Ita– lia en 1506 con su marido, al que Fernando de Aragón, llegando a Nápoles, le encargó la regencia de la cancillería real. Los biógrafos están de acuerdo en testimoniar las virtudes do– mésticas de María Lorenza y en referir que contrajo una enferme– dad incurable -una terrible p,arálisis- provocada por el veneno que le había proporcionado una sierva suya a la que ella había amones– tado por la ligereza de sus costumbres. Bellintani no duda en entre– ver «la mano de Dios para servirse de ella para determinadas obras en honor de Dios y beneficio de las gentes». Fue, de hecho, la premisa de una curación que señaló un cam– bio decisivo en su vida. El episodio está suficientemente documenta– do; lo traen autorizados escritores, aduciendo testimonios directos de contemporáneos identificables. Estamos en los años 1510-1511. María Longo, ya viuda, va con su yerno a Loreto a pedir la gracia de la curación del mal que la atormenta. Llegada a la santa casa, un sacerdote, accediendo a sus deseos, celebra la misa del viernes después de Pentecostés, en que se lee el episodio del paralítico curado por el Señor. Las pala– bras de Jesús, reproducidas en el capítulo quinto del evangelio de s. Lucas, adquieren para ella una eficacia actual: en ese momento siente que una energía extraordinaria atraviesa sus miembros y la sana completamente. Bellintani señala que «convenía que de la Reina de las vír– genes tuviera principio la reforma de las sagradas vírgenes, y sobre todo de aquéllas de sta. Clara, la que delante del altar de la beatísima Virgen, cortándose los cabellos, consagró a Dios su virginidad». La intervención prodigiosa de Nuestra Señora de Loreto llevó a María Longo a la determinación de consagrarse al servicio de Dios en la asistencia a los enfermos. Tomó el hábito de la orden francis– cana seglar como compromiso específico de seguir las huellas del Povere/lo de Asís, que había comenzado su vida evangélica sirvien– do a los leprosos.
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