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126 « ... el Señor me dio hermanos» ¡Qué cara más alegre! El amor que inundaba su corazón era un manantial de gozo sereno que irradiaba sobre su rostro. Era frecuente oír exclamar con toda espontaneidad a quienes posaban en él la mirada: «¡Qué cara más alegre que te da paz! ¡Es el rostro de un santo!». Su misma austeridad estaba envuelta en un halo festivo. Ali– mento preferido eran las habas, y a propósito bromeaba llamán– doles «sus faisanes». Ponderaba sus excelentes virtudes y las comía con tanto gusto que incitaba a pedirle estos manjares y él los repar– tía a manos llenas. Su rostro se mantuvo siempre, incluso de ancia– no, coloreado y fresco. Le decían chanceándose que se maquillaba, y en respuesta aseguraba que eso era efecto de «sus faisanes». En todo su porte transpiraba la nobleza y belleza de su espíritu sobrio y puro; las madres querían para sus hijas una sonrisa «cual la sonrisa luminosa de fray Jeremías». A la cabecera de los enfermos su alegría era el rayo de sol que acariciaba y traía alivio a las dolencias. Los testigos del proceso no se cansan de repetir que «hacía todo con júbilo y alegría gran– de»; «de su caridad y paciencia todos quedaban edificadísimos, má– xime viéndole siempre alegre y contento»; que al prestar los servi– cios más humildes a los enfermos, «lo hacía con alegría y rostro sereno diciendo amorosas palabras, exactamente como acostumbran hacer las madres a los niños en semejantes circunstancias». Este gozoso humorismo lograba amortiguar tensiones. El padre Basilio de Giffoni sufría de gota; por la deformación de las articu– laciones no podía servirse para tomar un bocado. Fray Jeremías, con delicadeza de madre, le daba el alimento a la boca y lo acomo– daba en la cama. Pero intuyendo que aquel enfermo quedaría muy contento con un vaso de vino generoso, cuando salía del convento, lo pedía a los bienhechores. De aquí las iras y lamentos de los li– mosneros porque con este proceder se molestaba inútilmente a los devotos y se estropeaba la cuestación. Pero él tranquilo se saltaba los comentarios y seguía adelante. Hacía aquella caridad con mucha desenvoltura, sirviéndose de una especie de botella sin cuello que la llamaba el bandido. Cuando se lo traía al enfermo, riendo y
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