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120 «... el Señor me dio hermanos» a Roma, donde está el vicario de Cristo; vete a Loreto, donde la Virgen ha querido trasladar su casa, y comprobarás que no faltan en Italia los buenos cristianos. Jon encontró razonable la respuesta. Volvió al farmacéutico y le manifestó el propósito de marchar a Nápoles. Del Core tenía un hermano y una tía en la capital del reino. Con una carta de recomendación envió al fiel empleado e incluso lo hizo acompañar de un amigo que aquellos días iba a Nápoles. Ingresa en los capuchinos Llegó a Nápoles durante la cuaresma de 1578; un tiempo muy oportuno para ofrecer la ciudad favorable impresión. Las iglesias abarrotadas de gente que se acercaba a escuchar la palabra de Dios. Al valaco le pareció que al fin había encontrado la tierra «de los buenos cristianos». En Bari había conocido a los capuchinos y había frecuentado su pequeña iglesia. En Nápoles pensó que éstos serían «aquellos mon– jes santos» de quienes hablaba su madre. Se decidió, pues, a pedir– les el hábito. El ministro provincial, padre Urbano de Giffoni, acogió al jo– ven aspirante, le escuchó y después de haberle hecho volver segunda y tercera vez para aquilatar fa firmeza del propósito, lo recibió en la Orden. Para que lo acompañase al noviciado de Sessa Aurunca (Caser– ta) designó a un religioso que gozaba de fama de santidad, fray Pacífico de Salema. Apenas se encontraron, se compenetraron inmediatamente aquel religioso ya provecto y el nuevo postulante y se abrió el cauce de una deliciosa amistad espiritual que había de durar toda la vida. Fray Pacífico de Salerno, que sobrevivió al amigo, sería uno de los testigos más cualificados en el proceso de beatificación y con– taría, entre otras cosas, que durante ague primer viaje que hicieron juntos, hizo que se le fueran a las manos de un mendigo del cami– no, sin sonrojar a nadie, el almuerzo de pan y queso que llevaba para alivio de la no breve caminata.

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