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JEREMIAS DE VALAQUIA 117 Al parecer el padre no era de la misma generosidad que su mujer, pero guiado por el afecto que le profesaba, compartía plena– mente con su esposa la preocupación por educar a sus hijos en una vida honesta conforme al temor de Dios. • Fue él quien cierto día dio un nuevo impulso al joven Jon en el camino de la vocación religiosa. Estaban trabajando juntos en el campo, cuando· sobre sus cabezas cruzó una bandada de pájaros, volando hacia el cielo y alegrando con sus gorjeos a los hombres y las cosas. - ¿Ves esos pájaros -le dice al hijo- que suben al cielo, sueltos y veloces en el aire? Se parecen a los monjes que sin atadu– ras vuelan hacia el Señor. Imágenes y chispazos como éstos se graban fácilmente en la fantasía y en el corazón de un joven y van dejando una huella que ha de influir a la hora de las decisiones definitivas. Así le ocurrió a Jon Kostist. El fue como una de aquellas bandadas de pájaros cuando una mañana, antes del alba, sin decir nada a los suyos, despegó el vuelo rumbo a Italia, donde decía su madre «que vivían los buenos cris– tianos y todos los monjes eran santos». En el lenguaje ingenuo de la madre debía de reflejarse la situa– ción difícil de la minoría católica de Valaquia, angustiada bajo la presión de los ortodoxos, protestantes y turcos. Italia, centro del catolicismo y sede del vicario de Cristo, surgía ante sus ojos como una tierra ideal, donde era mucho más fácil llegar a ser buen cris– tiano o santo religioso. Aquella santa mujer habría tratado cierta– mente con los misioneros conventuales, algunos de ellos oriundos de Italia, que con su fervor habrían contribuido a dar una imagen muy risueña de su tierra de origen. El hijo de Margarita Barbato había acumulado todos estos es– tímulos en su ánimo reflexivo, los había asimilado muy bien y los había hecho operativos con la fuerza de la gracia cuando partió de casa. En el arriesgado paso que daba lo sostenía la palabra de Jesús: «El que deja casas, hermanos, hermanas, madre, padre por mí y por el Evangelio, tendrá cien veces más ahora al presente, con persecuciones, y en el tiempo venidero la vida eterna». Imposible seguirle en todas las peripecias del larguísimo viaje.
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