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JOSE DE LEONESSA 111 puestos siempre a ejecutar los deseos de sus señores, C'Jánto más debemos nosotros, hijos y siervos suyos y también ministros, estar presentes ante él para agradecerle tantos beneficios y gracias que nos hace y rogar por todos, dado que nosotros debemos ser los intermediarios entre Dios y el hombre. Con estas visitas, además, se obtienen muchas gracias». La Eucaristía, memorial de la pasión, lo llevaba a la cruz. Re– cogemos una oración suya que expresa y manifiesta su tensión espi– ritual hacia Cristo crucificado: «¡Oh Cruz santísima! Transfórma– nos todo en ti. Las raíces se prodigan a los pies, las ramas a los brazos y la cumbre a la cabeza. Y porque nosotros todos somos cruces, clava nuestros pies para que estemos siempre junto a ti, ata nuestras manos para que no hagamos sino lo que tú quieras, ábre– nos el costado e hiérenos el pecho llenando nuestro corazón de tu amor; haz que nuestros ojos no vean a nadie más que a ti, que nuestros oídos sólo a ti te oigan y nuestro olfato solamente a ti te huela. ¡Oh Cruz! reposa ahora en nosotros como antes reposaste en Cristo. Haz que tengamos sed de ti como Cristo tuvo sed de nosotros. Humildemente nos acogemos a aquél que pendió de ti y en ti se acogió al Padre eterno. ¡Oh Cruz dulce! ¡Oh Cruz amable!: sed ahora nuestra defensa y también nuestro descanso». Su itinerario religioso lo había iniciado sobre el propuesto ideal de la perfecta alegría según san Francisco. Llegaba a esta meta abra– zándose a Jesús crucificado tan estrechamente que transfiguraba el sufrimiento en un victorioso acto de amor . Era éste el secreto de su heroica penitencia: el amor por Cristo, verdadera y única razón de todas sus virtudes. Es él quien incluso nos lo desvela en este pesamiento de transpariencia autobiográfica: «Cuando sufrimos por su amor la enfermedad, la infamia, el calor, el frío, la carencia de alimentos y vestidos y toda clase de tormentos, incluida la muer– te, por ello se nos dan las verdaderas señales del auténtico amor; y quienes pacientemente las soportan y sufren realmente lo aman de corazón y lo llevan esculpido en las entrañas de su pecho». José de Leonessa amaba de corazón y llevaba «esculpido en las entrañas de su pecho» a Cristo crucificado, portando, además, sus estigmas en su martirizada carne debido a las desmedidas fatigas empleadas en su apostolado.
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