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JOSE DE LEONESSA 103 motivos de salud, uno de los misioneros preseleccionados, el padre Egidio de S. María, el 1 de agosto de 1587 el padre José, junto con fray Gregorio de Leonessa, recibió la anhelada obediencia para la misión de Constantinopla. Pocos días después, los dos paisanos partían para Venecia y allí se embarcaron en una nave que hacía travesía al Bósforo. La navegación fue prolongada y desastrosa, mas al fin llegaron a Constantinopla sanos y salvos; allí se juntaron con los otros misioneros capuchinos que se alojaban en un convento se– miderruido en el departamento de Galata. Al padre José se le confió la asistencia a 4.000 esdavos cristia– nos que trabajaban en el baño penal de Qaassim-pacha. Se entregó, de inmediato, a su misión de ofrecer la palabra de Dios y el alivio de la caridad a aquellos desventurados hermanos, que languidecían en condiciones inhumanas. Más de una vez se ofreció a ocupar el puesto de un esdavo reducido al límite, pero no fue aceptada su oferta. Un día fue a visitar los baños penales de Top-Hané y de Besik-Tas, en el cuerno de Oro, al otro lado del puente. Se entretu– vo hasta bien entrada la tarde consolando a los detenidos sometidos a trabajos forzosos. Obligado a salir, cuando regresaba al convento, encontró cerradas las puertas del barrio Galata, se sintió dominado por el cansancio y se adormiló en medio de un destacamento mili– tar. A la mañana, los soldados lo tomaron por un espía, lo arresta– ron y lo encerraron en una lúgubre cárcel. En ella permaneció más de un mes, hasta que fue liberado por intervención del embajador de Venecia. Entretanto sobrevino la peste, que estaba como en su salsa en aquellas mugrientas aglomeraciones de esdavos. Los capuchinos se entregaron en seguida a la asistencia a los apestados, y dos de ellos, los padres Pedro y Dionisio, perdieron la vida. El padre José tam– bién contrajo la enfermedad, aunque a la postre la venció, quedán– dose después en el campo de trabajo tan sólo con fray Gregorio. En tal coyuntura redobló su celo y tuvo el gozo de conducir al seno de la Iglesia a un obispo griego unido, que había renegado de la fe y había sido promovido a pachá. Enardecido por esta con– versión, para agilizar otras que se presagiaban, pero eran obstaculi– zadas por la pena de muerte prevista para tales casos, maduró la idea de abordar personalmente al sultán Murad III pidiéndole
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