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100 «....el Señor me dio hermanos» él sentía una atracción irresistible a la oración y a la vez al anuncio del evangelio a los hermanos. La solución fue la misma de san Fran– cisco. Escribía, a este respecto, en sus apuntes personales de enton– ces: «_El que ama la vida de contemplación tiene un grave deber de salir al mundo a predicar, sobre todo cuando en el mundo las ideas están tan confusas y abunda la iniquidad sobre la tierra». Pen– sando en la obligación de comunicar a los otros los dones recibidos gratuitamente del Señor, escribía esto: «Sería inicuo retener contra la caridad, aquello que sólo por caridad ha sido constituido y otorgado». Para eliminar todo residuo de perplejidad al respecto y para empujarlo decididamente por la senda del apostolado, intervino la obediencia: el 21 de mayo de 1581 el superior general de la Orden le enviaba la patente de predicador, y así fue apóstol para toda la vida. Llevará, por tanto, sobre las calles del mundo el deseo de la unión más íntima con Dios, y comunicará a través de la palabra, la gracia de su profunda experiencia de oración. Refleja del todo su actitud de fondo la célebre exhortación de san Ambrosio, a quien gusta referirse con frecuencia: «Cristo se ha hecho todo por amor nuestro, Cristo es todo para nosotros. Si deseas curar tus heridas, él es el médico; si te abrasas de fiebre, él es manantial restaurador; si te abruman las culpas, él es la jus– ticia, si tienes necesidad de ayuda, él es la fuerza; si temes la muer– te, él es la vida; si deseas el cielo, él es la vía; si quieres huir de las tinieblas, él es la luz; si buscas comida, él es el alimento. Por tanto, gustad y ved cuán suave es el Señor: feliz el hombre que espera en él». José de Leonessa no conocerá y no predicará de hecho más que a Cristo, poder y sabiduría de Dios. Apoyado exclusivamente en la gracia del Señor, con el crucifijo sobre el pecho o tremolado entre las manos como un arma, se entregará a una intensa y capilar obra de evangelización entre los pobres, en los pueblecitos de cam– paña y sobre las montañas de Umbría, del Lacio al Abruzo. Presagiador para su futuro apostolado fue un episodio ocurrido en los comienzos de su predicación y que queda extensamente docu– mentado en los procesos. Eran tiempos en los que se imponía la plaga del bandidismo. Una ley de 1572, que amnistiaba a los en-

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