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98 «...el Señor me dio hermanos» cia, fue admitido al noviciado. Sin avisar a nadie de los suyos, aban– donó todo y a todos y se dirigió a Asís, al paraje llamado «Las cárceles», donde dio comienzo a su vida capuchina, tomando, con el hábito, el nombre de fray José de Leonessa. El tío y los otros parientes, apenas conocida su «fuga», se pre– cipitaron al convento e intentaron, por todos los medios, devolverlo a casa. Mas, vano esfuerzo. Con su temperamento fuerte y volunta– rioso, el joven novicio resistió lisonjas y amenazas, resuelto y feliz de ser un hijo de san Francisco de Asís. Escribía, entonces, en sus apuntes personales: «Cuando pienso en mi actual situación, me in– vade una alegría inenarrable», y, sobre la florecilla de la perfecta alegría, programaba su proyecto de vida en estos términos: «Tal perfecta alegría es vencerse a sí mismo, las malas inclinaciones, las pasiones personales, soportar pacientemente lo adverso, no turbarse ni vengarse contra quien ofende sino quererle bien y refrendar la. sensualidad y el apetito desordenado». Terminó el noviciado y emitió la profesión religiosa el 8 de enero de 1573. Fue entonces destinado a los estudios, que cultivó con gran empeño, no sólo en las disciplinas teológicas sino también en las científicas y filosóficas. Se sumergió con agudeza en el cauce de la doctrina de san Buenaventura, que los capuchinos habían adop– tado como maestro en sus escuelas desde el principio. Resumió, en– tre otros, la obra titulada «Monarchia», en que aparecía muy claro el influjo del «Itinerarium mentís in Deum» y del «De reductione artium ad theologiam» del Doctor Seráfico. Recalcamos, al respecto, que, si bien no era un hombre de estu– dios, tuvo viva siempre la atención a la cultura. De hecho, siendo superior local y secretario provincial, promovió la erección de bi– bliotecas en los conventos, y redactó copiosos manuscritos de inesti– mable valor para el conocimiento de su predicación, y hasta de su vida. Se preparó al apostolado con un estudio serio de la teología, de la sagrada Escritura y de moral, impregnándose, al mismo tiem– po, del espíritu de su Orden, que estaba comprometida intensamente en la restauración religiosa postridentina. Es un botón de muestra, la así llamada «oración programática», que escribió en la inminen– cia de la ordenación sacerdotal, recibida en Amelia el 24 de sep– tiembre de 1580. La reproducimos en sus puntos más significativos,

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