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96 «...el Señor me dio hermanos» Paolini; en el bautismo recibió el nombre de Eufranio. Su padre, comerciante en lana, y su madre, de familia distinguida, eran esti– mados en el país por sus virtudes cristianas. Los dos murieron cuando Eufranio frisaba los doce años. Para el cuidado de los huérfanos entró como tutor el tío Bautista Desideri, maestro de letras en Vi– terbo, que encaminó a Eufranio por los estudios humanísticos y tra– tó de asegurarle una buena posición social. En los procesos canóni– cos, el sobrino del santo, padre Francisco de Leonessa, refería: «Un gentilhombre de Viterbo, que tenía una hija única y con riqueza abundante, quiso entregarla en matrimonio a Eufranio, porque le parecía un buen partido, ya que estaba al corriente de sus cualida– des: era joven de buen parecer y adornado de bellas virtudes, lo que auguraba completo éxito. Habló de este casamiento con Bautis– ta, tío de Eufranio, que viendo tan buen partido, tanto por la no– bleza como por la riqueza, y también por las cualidades de la joven, aceptó la proposición». Dado este estado de cosas, se comprende que el tío se afana– ra por inducir al sobrino a aceptar una propuesta tan lisonjera; pe– ro él no quiso saber nada y defendió su libertad de elección, orien– tada de antemano hacia la consagración a Dios. Sometido a toda cl,µse de presiones, en la lucha enervadora contra la insistencia obse– siva del tío, cayó enfermo. Los médicos le recomendaron el aire nativo, y así volvió a Leonessa, donde a los pocos días recobró la salud. Aquí empezó a visitar con frecuencia a los capuchinos, que pre– cisamente en aquellos años estaban construyendo el convento fuera de la puerta espoletina. Quedó cautivado por el ejemplo del conciu– dadano padre Mateo Silvestri que, dejada la profesión de médico, había abrazado la vida capuchina y llevaba fama de santo. Sintió entonces los primeros gérmenes de vocación religiosa y decidió res– ponder en su corazón. Cuando fue informado, el tío tutor le ordenó trasladarse a Espoleto para proseguir los estudios. El joven Eufra– nio obedeció, pero también allí tuvo ocasión de entrar en contacto con los capuchinos, que vivían en el eremitorio de Santa Ana, es– condido tras el follaje del monte Pátrico. Lejos de parientes y due– ño de sí mismo pudo entrevistarse con el superior provincial de Um– bría, le confesó su deseo de ingresar en la Orden y, en consecuen-

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