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ANGELA MARGARITA SERAFINA 91 proceso de beatificación hasta pasados cincuenta años de la muerte de la Sierva de Dios. A esto se añadió la instrumentalización política. Al estallar el alzamiento secesionista en 1640, madre Serafina fue invocada co– mo particular protectora de Barcelona, más aún, con fecha 23 de diciembre del mismo año el Consejo de Ciento acordó solici– tar su beatificación y se obligó con voto a hacer las gestiones oportunas y a correr con los gastos necesarios. Cuando apareció en 1649, todavía en pleno conflicto, la biografía del padre Fons, editada por el padre Torbavi, ambos jesuítas, iba precedida de una dedicatoria a la reina madre de Francia doña Ana de Aus– tria, a nombre de las capuchinas del convento de santa Margarita la Real; pero, terminada la guerra, el editor se dio prisa por sus– tituirla, en los ejemplares aún en distribución, por otra endere– zada al rey de España Felipe IV. En ella pedían las capuchinas el apoyo del monarca para llevar adelante la causa de la beatifi– cación. Había alguien, sin· embargo, que no se resignaba a tan larga espera: era la hoy beata María Angela Astorch, que abrigó siempre la esperanza de no morir sin ver en los altares a su santa funda– dora. A instancias de ella el arzobispo Pedro de Apaolaza, gran devoto suyo, abrió por su cuenta el proceso en Zaragoza en mayo de 1641. El examen de la documentación y la declaración de testigos se prolongó hasta fines de noviembre del mismo año. Entre éstos compareció, en la sesión del 2 de agosto, la misma sor María Ange– la con otras tres religiosas de su comunidad. Hasta el arzobispo en persona declaró como testigo. La curia de Barcelona, respetando la interpretación del decreto citado, no se movió hasta 1659. El 22 de febrero de ese año escribió al rey el obispo Ramón de Senmenat pidiendo el apoyo de la autori– dad real para comenzar el proceso informativo, ya que habían pasa– do «los cincuenta años que dispone el breve de su santidad el papa Urbano VIII», razonaba el prelado. Felipe IV respondió en forma afirmativa ese mismo año. Se recogieron las abundantes noticias e informaciones que obraban en el archivo conventual y las del proce– so de Zaragoza. Pero parece que se procedió con lentitud. En 1665, luego de la muerte de Felipe IV, con fecha 18 de diciembre, expidió
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