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EL BEATO DIEGO JOSÉ DE CÁDIZ EN ZARAGOZA que es esta vida un momento, avivaré el sentimiento y contra las tentaciones tendré eficaces razones renovando tu argumento. La doctrina que me ha dado, Padre Cádiz, vuestra ciencia, como de la Omnipotencia la he recibido y amado. Ya de tu afecto obligado, confieso mi obcecamiento y que insensible el tormento tan próximo no he sentido, pero ya lo he conocido, pues aunque en tu voz lo siento. Tus expresiones divinas ¿ cómo dudarlas podré sabiendo ya por la fe son infalibles doctrinas ? Prudentemente examinas los riesgos que yo no he visto y así de todo desisto, cual debo, si busco a Dios, como, a más de oírlo a vos, me lo dice el mismo Cristo. XI. Lo que no admite dudar ni tiene contradicción no es natural la moción que en él se llega a observar. En querer calificar su santidad no me meto, pero diré con respeto que la común influencia que causa con su presencia, es de superior objeto. Unas cruces repartía cargadas de indulugencia, las que con santa paciencia para su descanso hacía. Esta diversión tenía que hará a todos admirar y más al considerar que conceden la salud, sanando a todos su cruz, lo que no admite dudar. Todos las cruces querían, cosa rara entre mundanos, quisieran tener mil manos, pues mil cruces cogerían. Todos las apetecían: de que salió en conclusión que vino la diversión a ser medicina nuda, pues que curen no se duda ni tiene contradicción. El ver toda la ciudad buscar cruces con anhelo y hallar en ellas consuelo causaba gran novedad. Pero es más, a la verdad, al ver una procesión de enfermos que en pelotón por la salud le suplican, mas del modo que se explican no es natural la moción. Allí un cojo impertinente devoto verlo procura y otro mudo se apresura por presentarse impaciente. Allí, en fin, todo doliente dice que le quiere hablar y tanto llega a gritar que hace salga el andaluz: ¡qué maravillosa luz en él se llega a observar! A todos los recibía con agasajo admirable y a fe firme e invariable a todos les inducía. El que de hablarle salía tal vez sano empieza a dar dos mil saltos y a vocear mil víctores halagüeño: estos casos no me empeño en querer calificar. Allí se dejaba ver con un aspecto sereno, de afecto y caridad lleno cual se deja conocer. No podía detener su fogoso pecho quieto y así caminaba inquieto a esperar al que va a entrar: en asunto de probar su santidad no me meto. 91

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