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90 ANSELMO DE LEGARDA Un sinfín de forasteros por verle sólo vinieron y también se detuvieron otros tantos pasajeros. Con júbilos placenteros, con gran quietud y sosiego, admirando el grande fuego de su ardiente caridad, salían de la ciudad en oyendo al Padre Diego. X. ¡Oh, misionero dichoso, instrumento afortunado a nuestro bien destinado por el Todopoderoso ! Ya me rindo presuroso, ya en tu doctrina me alisto; todo me será mal visto renovando tu argumento, pues, aunque en tu voz lo siento, me lo dice el mismo Cristo. Yo me confieso rendido a tu fuego abrasador; y a Jesús, mi Redentor, humilde perdón le pido. ¡Oh, ministro que, escogido para el fin más misterioso, satisfacéis amoroso los cargos de la embajada, siendo en toda la jornada ¡oh, misionero dichoso ! Vos con celo inexplicable la verdad nos proponéis y a la vista nos ponéis el buen camino palpable. ¡Oh, predicador amable, de los reinos deseado, de los pueblos estimado con amor muy reverente y de Dios omnipotente instrumento afortunado ! ¡Oh, ministro cuya vida por bien de nuestros hermanos desde la flor de sus años del mundo está desasida ! ¡Oh, elocuencia que convida al plato más sazonado ! ¡Oh, celo tan fatigado por quitarnos del infierno que muestra ser ab aeterno a nuestro bien destinado ! ¡Oh, doctrina cuya luz ilumina al pecador y le hace fiel amador de Jesús y de su cruz ! ¡Oh, capuchino andaluz, mensajero prodigioso, cuyo decir fervoroso para ruina del pecado, a la España ha sido enviado por el Todopoderoso! No alcanza mi insuficiencia a declarar lo que ha influido este Padre tan querido con su virtud y elocuencia. Logró la perfecta ciencia de seguir a Dios piadoso, de predicar muy celoso, de hacer... Más vale callar y así, pues no puedo hablar, ya me rindo presuroso. Oíste, al fin, alma mía, a este gran predicador decirte con santo amor todo lo que al cielo guía. Así, pues, en este día en que tu daño has previsto, reconcíliate con Cristo y dile ya arrepentida: ¡Oh, Jesús, dulcísima vida, ya en tu doctrina me alisto ! Las diversiones mundanas de que tanto daño nace, por mí, requiescant in pace, que no quiero más manzanas. Todas las cosas humanas por las que tanto resisto, las aborezco e insisto sólo en amaros, mi Dios; porque ya, fuera de Vos, todo me será mal visto. ¿Qué gusto podré tener en las cosas de la tierra si ellas mismas me dan guerra y me procuran perder ? Ya que llego a conocer
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