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86 ANSELMO DE LEGARDA el cora:llón se conmueve, ni aun su enemigo se atreve los labios a despegar. Debemos, pues, confesar que es su virtud sublimada la que tiene ya alcanzada por su penitente vida que convierte en compungida el alma más relajada. ¿Quién, pues, ya se atreverá a hablar contra un religioso que con un fin tan piadoso tanto fruto a Dios le da ? ¿Cómo no se aturdirá el hombre más presumido y se dará por vencido a vista de su locura, desgraciada criatura, el hombre más atrevido? El tema que proponía, tan por menor lo explicaba que el más lego declaraba que la doctrina entendía. Jamás en él advertía discurso desvanecido, y, aunque alguno le haya oído con el fin de mormurar, no hallará qué censurar el sabio más engreído. ¡Qué tiernamente ha encargado la devoción a María, sin haber pasado día que no lo haya aconsejado ! ¡Qué afecto tan extremado, qué profunda reverencia se advertía en su presencia cuando a María invocaba ! Para lo que allí lloraba no hay humana resistencia. En oyendo su doctrina, e! pecador busca el medio para alcanzar el remedio que evite su eterna ruina. Al más obcecado inclina su virtud a penitencia. Tan eficaz influencia causa su santa misión que, al instante, o confesión o abandonar la conciencia. Con tal claridad refiere los ejemplos que propone que las conciencias dispone según su santo amor quiere. Por lo que aquel que le oyere, aun siendo el más forajido, ha de salir compungido, porque no hay medio que dar: o no oírle predicar o darse por convencido. VII. No se siente incomodado del gentío numeroso, y se tiene por dichoso quien escucharle ha logrado. En raudales desatado al de más obstinación da a entender la contrición; J,' al mirarle, aquesto es fijo, abrazado al crucifijo desfallece el corazón. Dos sermones cada día suele predicar constante, pues su celo tan amante, si no, no descansaría. Su afecto santo le guía al lugar más retirado: a monjas ha predicado, a frailes, clero y ciudad y con tanta variedad no se siente incomodado. ¡Que regocijo causaba por donde este Padre iba oír la gente expresiva que alegre le victoreaba ! La más porción se inclinaba hacia el santo religioso cuyo corazón piadoso, aunque el tropel le impeliese, no se vio que se sintiese del gentío numeroso. Los rosarios a porfía a bendecir le llevaba la gente; y quien lo lograba por dichoso se tenía. A este santo fin corría un concurso muy copioso

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