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EL BEATO DIEGO JOSÉ DE CÁDIZ EN ZARAGOZA 81 un ayuno nada usado, un trabajo ilimitado y un afecto verdadero nace de este misionero cual torrente desatado. De su virtud la influencia obra con tal eficacia que en la mayor pertinacia no puede haber resistencia. Sólo su grave presencia causa reverencia extraña. Para predicar se amaña en cualquiera parte, afable, y con afecto incansable va corriendo toda España. No falta quien perseguido haya a este religioso, pero, ¡ah!, Lucifer rabioso, ¡de qué poco te ha servido ! Siempre se halla prevenido a resistir tu maraña, fuerte está contra tu saña, contra tu suma malicia, contra tu cruel injusticia y contra el vicio en campaña. Todo templo es casa chica para el tumulto de gente que por oírle impaciente le sigue cuando predica. Tanto el celo se publica de este valiente soldado que todo el que lo ha escuchado, juzgándose muy dichoso, dice que este religioso hace el desierto poblado. Cuando acaba de llegar adonde va de misión, la primera operación ha de ser el predicar. Jamás quiere descansar hasta que haya predicado, porque su mayor cuidado e& del púlpito el destino: a él se va desde el camino, adusto el rostro y tostado. La prueba más convincente que de esto se puede dar, le que pasó en el Pilar; 6 testigo, toda la gente: cuando a su celo ferviente de repente sobrevino un accidente que vino, según después se ha averiguado, de no haber aún descansado de la inclemencia y camino. No le dejó proseguir obstinado el accidente y al punto toda la gente empezó luego a gemir; pues no podía sufrir perder al tal capuchino: lloraban todos sin tino al verlo desfigurado, que al instante fu.e estimado este santo peregrino. ¿ Quién de los que allí se hallaban, prudente discurriría oír al siguiente día al que ser vivo dudaban? Funestamente pensaban todos con mucha razón; pues en aquesta ocasión estuvo para morirse, según dijo al despedirse para nuestra compunción. Aunque en tan sublime grado desfalleció su salud, no por eso su virtud desmayó en lo comenzado. Al otro día impensado predicó con gran tesón por la mañana un sermón; y a la tarde en el Pilar dio de su amor singular muestra en su sabia misión. De su santo discurrir, del sosiego en el hablar, de lo claro en explicar; de lo eficaz en concluir, de lo tierno en persuadir, de la ocasión en que vino, del afecto peregrino que granjeó a toda gente, se infiere prudentemente ser un enviado divino.

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