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HISTORIA GRÁFICA DEL FRANCISCANISMO 387 de tallistas capuchinos, cuyo floruit se centJ:1ó en los siglos XVII-XVIII. Son probablemente la forma evolucionada del tipo del tabernáculo que se colocaba directamente sobre el altar, sin otro fondo, en el siglo XVI, pero también pudieran ofrecer la versión barroca de las custodias góticas mo– numentales, con las que guardan paralelismos, a base de materiales comparativamente humildes 63 • Pintura Es superfluo recordar que este arte se ha ocupado de temática fran– ciscana más que ningún otro. Tampoco es difícil reconocer la supremacía italiana en la materia, ni situar sus dos máximos momentos en la edad media y en el barroco. Menos evidente resulta que « el más pintado de los santos » lo haya sido en casi todos los géneros y estilos, de su época en adelante. En la revisión de los catálogos lo hallamos en el retrato, la tabla historiada, el mural, el cuadro y otras técnicas. En cuanto a su retrato, si el literario nos ha sido transmitido en algunos trazos eficaces por testigos presenciales 64 , vale del pictórico lo que afirma P. Scarpellini: « la historia de su imagen, de cómo evoluciona en el tiempo, no puede ligarse a la idea de una fisicidad objetiva, que no es posible reconstruir; nos es forzoso, por ello, seguir el camino de las diversas interpretaciones, sin olvidar los ambientes culturales en que se formularon, además de las diferentes épocas y temperamentos de los artistas» 65 • De aquellos dos retratos literarios apenas transcendió nada a las primeras pinturas (las de Subiaco, Louvre, Pescia, Luca, Florencia, Pistoya, Pisa y Asís). Frente al bizantinismo de esas seis últimas tablas, el esfuerzo realista de Margarito (o Margheritone) de Arezzo representa un verdadero « intento de aproximarse a su figura histórica». Será, sin embargo, en la basílica de Asís donde se airee el gran debate sobre la persona física y personalidad moral de Francisco, abriéndolo Cimabue con la proeza de su célebre retrato a cuerpo entero que, por su elaboración netamente individual de la imagen, aporta una novedad revolucionaria no sólo a la iconografía sanfranciscana, sino a toda la retratística occidental. En el devenir de la de Francisco equivale a la recuperación de su fisonomía histórica casi con aires de tangibilidad. Cimabue se inspiró probablemente en la tradición oral, aún muy viva. Con esa impresión de inmediatez presencial contrasta fuerte– mente la de realismo idealizado de un Giotto (un « San Francesco gladia- 63 Servus Gieben, L'arredamento sacro e le sc11lture lignee dei cappuccini nel periodo della Controriforma, en Cat. VI, 233-236. Cf. también: ib. 237-241; Gerhart Egger, Sakrales Gerat im Gebrauclz des Franziskaner-Ordens, en Cat. IV, 687-690, con fichas descriptivas, 691-698; Irene Hueck, L'oreficeria in Vmbria dalla seconda meta del seco/o XII alla fine del secolo XIII, en Cat. I, 168-180, y fichas ib. 181-187. 64 1 Cel 83; « Sordidus erat habitus eius, persona contemptibilis et facies indecora», según Tomás de Spalato, que conoció a Francisco, cuando éste predicó en Bolonia el 15 de agosto de 1222 (Pietro Scarpellini, Iconografía francescana nei secoli XIII e XIV, en Cat. I, 91-106). •s P. Scarpellini, ib. 91b.

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