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376 GERMÁN ZAMORA Perusa ofrece un paradigma, a nivel ciudadano, de esa difusión del franciscanismo. Aunque la ciudad en el siglo XIII dé de sí la imagen de un centro muy dinámico, ha hecho escuela la tendencia a identificar el crecimiento urbano·y suburbano con la inserción de las órdenes mendicantes en su tejido. La primera residencia de los franciscanos en Perusa - pro– visional - fue la de Pastina, fuera y no lejos de la muralla antigua. De ella pasaron, venciendo la resistencia del clero local secular y monacal, a la sede definitiva de San Francesco al Prato, junto a la puerta de Santa Susanna, residencia pronto prestigiosa, que contaría con un Studium gene– rale. El reparto topográfico de los mendicantes en la ciudad parece haber respondido a una especie de equilibrio urbanístico, de modo que en cada una de las cinco puertas de aquélla (« rioni ») hallamos afincada una de dichas órdenes. En Pen1sa, como en otros centros comunales de importancia, parecía haber lugar para todos, dentro o/y fuera de la ciudad: en esta última dinámica surgía, a fines del siglo, el convento de San Francesco del Monte (Monteripido) que, andando el tiempo, llegaría a ser sede de los observantes, como el «otro» San Francesco lo sería de los conventuales, con sus historias divergentes. El monasterio de Santa Maria di Monteluce, y su comunidad femenina de inspiradón damianita, p11óximo a la ciudad, data de 1218. Perusa contaba también con numerosos grupos de « penitentes " menos institucionalizados, algunos de los cuales irían a engrosar el movimiento franciscano, como las sorores de penitentia de San Paolo del Favarone y las de Santa Agnese di Boneggio, que se integrarían en la II orden, o la comunidad de terciarias de Santa Maria di Valfabbrica39. Creado, en la ciudad o sus alrededores, el complejo del convento para vivienda y de su iglesia para el culto, los Menores aparecen, a mediados del siglo XIII, en tma posición bien precisa dentro de la sociedad medieval. Clericaiizada su orden en alto grado, se convierten en ministerio ordinario la pastoral del confesonario y de la predicación en vulgar; y son llamados, a veces, a responsabilidades especiales, como las de la inquisición. La conciencia que la orden tiene de sí va articulándose cada vez más. En continuidad linear con su propia evolución, bajo el generalato de san Buenaventura, se adoptan diversas iniciativas de naturaleza disciplinar o normativa. Entre los siglos XIII y XIV la presencia franciscana en la sociedad se enraíza y toma cada día más eficiente, descollando su papel de aglutinante de las formas asociativas del laicado religioso ( « confrater– nite », penitentes, etc.). La construcción, en esa época, de las grandes iglesias góticas franciscanas y la ornamentación de la principal con el ciclo iconográfico giottesco, destinado a oficializar el retrato teo1ógico del fun– dador según su exaltadón en la Legenda maior bonaventuriana, son un índice del vigor social alcanzado por la misma y, sobre todo, por su Provin– cia Sancti Francisci. En la esfera política y eclesiástica, la pujanza de la orden llega a su cenit en las primeras décadas del siglo XIV, durante las vicisitudes que la alinean al lado del papa contra movimientos heréticos, 39 Giovanna Casagrande, J francescani a Perugia. Conventi masclzili e monasteri fem– minilí come elementi di una dinamica religiosa e insediativa, en Cat. II, 9s.

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