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ARTICULO$ vez, en rivalidad, abierta o sorda, con la Acción Católica. Se decía, no sé si para consuelo o justificación, que las hermandades eran grupos de perfección (lo que no les impedía organizar rifas y rivalizar con otras cofradías), y que la actividad apostólica no era una finalidad primordial. En fin, era una completa carencia de sentido eclesial. Si nuestros lectores leen y meditan detenida– mente los ocho capítulos de la Constitución Dog– mática de la Iglesia (Lumen Gentium), la sensa– ción final es que se trata de un documento de integración. Me explicaré. Por ejemplo, en tiempos pasados, en ningún do– cumento teológico como éste se trataba de los re– ligiosos, sino en documentos apartes. Sin embar– go, el Concilio los ha "metido" (a los religiosos) en este marco de Iglesia, como queriendo decir que los religiosos no tienen sentido, aislados del contexto de la Iglesia. Pero el caso más espectacular fue el de la Vir– gen María. Antes del Concilio existía un tratado aparte acerca de María, que se llamaba Mariolo– gía. En los debates del Concilio se formaron dos grupos, bandos muy parejos en número y apasio– nadamente tercos en su postura. Los unos decían que María es una criatura tan excelsa y sobresa– liente que se la debe "tratar" como un caso apar– te y en sí mismo. Los otros decían que toda la grandeza le viene a María de su vinculación con Jesús, autor de la Salvación y, de consiguiente, de su vinculación con la Iglesia, que es una pro– longación de la persona de Jesús. Y que, por su– puesto, a María hay que "tratarla" en el contexto de la Iglesia. En las sesiones más dramáticas y tensas del Concilio, estas dos posiciones fueron sometidas a votación. Y por el margen más cerrado y estre– oho debido en todas las votaciones conciliares, "venció" la segunda posición. De modo que has– ta la Santísima Virgen fue "integrada" como "una de las fuerzas", en el marco de la Iglesia. Por eso digo que la impresión final que queda es que es– te documento fundamental del reino de Dios es un esfuerzo de integración universal. Después de leer y meditar detenidamente Lu– men Gentium, quedamos con la siguiente impre– sión general. A través de todas sus páginas, por encima de todo y en un primer plano, se destaca y sobresale el reino universal de Dios, la supre– macía y lo absoluto de Dios, sin contrapeso e in– discutiblemente. Hay un pueblo, adquirido por Je– sús para el Padre, comprometido con El mediante un nuevo y definitivo contrato (Alianza), goberna– do por una jerarquía en marcha hacia el mundo 34 venidero, guiado por una nueva estrella, María, "signo de esperanza y consuelo". Todos los grupos que forman e integran este pueblo tienen una carta de ciudadanía común (el Bautismo), un destino común (pertenecer de ver– dad y exclusivamente a Dios: santidad) y una ta– rea común (invitar a todos los hombres a perte– necer a esta Alianza, y así "divinizar" la historia y el mundo). En torno a todo esto, que es común a todos, de– ben moverse integradamente los tres estados: la jerarquía, los religiosos y los laicos. Así, pues, si hasta María ha sido "integrada" y vinculada en el contexto de Iglesia, no tiene ningún sentido que existan grupos en nuestras parroquias o conventos vegetando, sin inquietud ni entronque eclesial. Ya no tienen razón de exis– tir tales agrupaciones. Me parece que uno de los grandes esfuerzos de nuestras futuras hermanda– des deberá consistir en adquirir, primero mental– mente y después prácticamente, el sentido ecle– sial, cosa de que han carecido completamente has– ta ahora, por falta de visión teológica. Pues bien, en lo concreto, este sentido eclesial exigirá a nuestras hermandades situarse incondi– cionalmente al servicio de la jerarquía. Les exigi– rá sobre todo combatir y vencer todos los resi– duos de individualismo y trabajar mano a mano, sin rivalidades e integradamente con otras fuer– zas apostólicas. El obrar así será la medida y ex– presión de su verdadera conversión a Dios. Para tener este sentido eclesial. y para lograr esa coordinación integrando a las futuras herman– dades en un apostolado orgánico con la jerarquía y con otras fuerzas apostólicas, nuestros tercia– rios deberán tomar conciencia de que, desde el Concilio, ha habido cambios fundamentales en el modo de regir y promover el reino de Dios. Hay un verdadero grito en el Concilio que dice: "Hay que superar la ética individualista". Y len– tamente, a veces incluso torpemente, vamos ca– minando desde una Iglesia unipersonal, en que •se gobernaba con una pastoral monárquica, hacia un modo democrático de gobernar que llamamos go– bierno colegial. Antes, el Papa en todo el mundo, el Obispo en su diócesis, y el párroco en su pa– rroquia, eran "dueños y señores" absolutos, que hacían y deshacían como les parecía. Ahora, en cambio, dice el Concilio que quien gobierna la Iglesia es el Colegio Episcopal, presidido por el Papa; y el Obispo debe gobernar con su presbite– rio y dentro de un Plan Pastoral; y el párroco, ase– sorado por laicos y también dentro de una Plan Pastoral. Antes, el gobierno de la Iglesia se efectuaba en diferentes instituciones cerradas sobre sí mis-
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