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ARTICULO$ La esperanza es la fuerza que empuja al cris– tiano hacia arriba y hacia adelante para los efec– tos de la construcción de las "ciudades" del mun– do presente y del mundo venidero. Decimos, pues, que también la Iglesia tiene que proyectarse hacia adelante. De otra manera, si·em– pre vamos a estar a remolque en la historia hu– mana. Quiero decir si siempre ocurre lo que ha pasado hasta ahora, es decir, que el hombre avan– za y avanza, y la Iglesia tiene que adaptarse a ca– da nueva situación, va a resultar que siempre ten– dremos que "re-atrapar" al hombre y, de esta ma– nera, la Iglesia corre el peligro de no cumplir de– bidamente su misión: servir y salvar al hombre. Me impresionaron fuertemente estas palabras del teólogo Wildiers: " ... este re-atrapar, cojean– do, el ritmo de la historia es indigno de una Igle– sia que está llamada a constituir la vanguardia de la humanidad, cuales serán las fuerzas y las for– mas de sus corrientes subterráneas, ya que es precisamente con ellas que la Iglesia ha perdido su contacto". Palabras dignas de meditarse. Como hemos dicho que la historia humana en los tiempos presentes está sometida a una velo– cidad alta y acelerada según la expresión del Con– cilio, es evidente que no conseguimos nada en un eterno "estar adaptándonos" porque de esta ma– nera todas las nuevas formas nacen envejecidas. Tenemos que buscar modos -y no "modas"- que tengan validez también para la Iglesia y el mundo del mañana. Nunca debemos olvidar que, aunque estamos metidos en esta realidad fluente de la historia del mundo, sin embargo Jesucristo, que es el fun– damento de nuestra esperanza, está más allá del hoy porque El abarca todo el tiempo. El tras– ciende el tiempo y el espacio. "Cristo es ayer, hoy y por todos los siglos". Y si nosotros estamos verdaderamente fundamentados en El, tenemos que proyectarnos hacia arriba y hacia adelante en nuestra función de salvar el mundo. V particularmente en el franciscanismo Sí. Particularmente en el franciscanismo porque hay razones especiales para ello. Hoy solemos decir que toda naturalidad que san Francisco se adelantó a su tiempo. No es una exa– geración piadosa de los entusiasmados hijos. Mu– chas de las intuiciones murieron y fueron sepul– tadas con él porque su época no estaba preparada para asimilarlas y vivirlas. Su mismo ideal -en la intensidad que él quiso y vivió, con muchos matices concretos- a poco de su muerte estaba despojado de todo su contenido, quedando tan so– lo formas o fórmulas como recuerdo y vestigio de un .ideal, vivi'do esplendorosamente. 32 Sin embargo, sus sucesores no fueron traido– res. Los tiempos no estaban preparados. En este tiempo postconciliar, en que estamos descubrien– do los valores "minoritarios" del Evangelio, como el espíritu de pobreza, el espíritu de infancia, una Iglesia pobre, humilde. libre y servidora... (¿aca– so no fueron exactamente éstos los ideales de san Francisco?) en este tiempo nuestro, ¡con qué fuerza, integridad y profundidad se realizarían los deseos de san Francisco! Muchos de sus planes iniciales se esfumaron simplemente porque aque– llos tiempos eran feudales, también para la Igle– sia. San Francisco se adelantó a su tiempo, enca– ramado sobre el Evangelio. Y la Orden Tercera, ¿no se adelantó siete si– glos a la actual Acción Católica, y sobre todo a esta promoción del laicado, provocada por el Con– cilio? Los mejores historiadores dicen que las her– mandades franciscanas provocaron la ruptura de la aristocracia con la promoción de la comuna. Y que estas mismas fuerzas franciscanas sem– braron las primeras inquietudes hacia la democra– cia actual. Podemos decir con toda exactitud que la Orden Tercera fue una fuerza renovadora, adelantándose a su tiempo en muchos aspectos. Mas aún, la Igle– sia se renovó mediante la Orden Tercera. Más claramente: con el nacimiento y desarrollo de la TOF, la Iglesia "se adaptó" a las necesidades de cierta época respondiendo a sus desafíos. En su tiempo fue "el" instrumento de renovación y adap– tación. Esto no lo digo para gloriarnos, sino para la– mentarnos de que una fuerza que fue instrumento de renovación y se adelantó a su tiempo haya quedado fosilizada, estratificada, inmóvil y enre– dada en una complicada maraña de leyes que le han quitado el dinamismo y le impiden avanzar adecuadamente, y sobre todo proyectarse hacia arriba y hacia adelante como lo hizo Francisco en su tiempo. Ojalá seamos capaces de romper este inmo– vilismo, que parece presagio de agonía. De otra manera va a ocurrir que los mismos francisca– nos van a ser los primeros en perder la fe en la TOF. Muchos (¿la mayoría?) ya la han perdido. No tenemos sino que hacer una "tournée" por nuestros conventos para comprobar esta triste verdad. Por todo esto queremos pensar en las herman– dades del futuro. En el futuro está nuestra espe– ranza. También la esperanza de la Orden Tercera. Yo sé muy bien que, sin embargo, es preciso vi– vir fielmente el hoy de Dios. Así estamos ase– gurando el mañana de Dios. Pero sin querer ha-

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