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ARTICULOS Francisco, pero no tienen condiciones espiritua– les para una realización elevada de esa vocación, ¿se les debe dejar afuera?, ¿rechazarlos? Aunque queden al comienzo del camino, ¿no es mejor em– prender el camino que no hacerlo? Para éstos habría una hermandad de estilo tra– dicional, "de masa", regidos por las normas y exi– gencias de las Constituciones. No quisiera decir que se les deba mirar como a un "pueblo bajo" que se lo relega al olvido, y al que apenas se le dedica atención. De ninguna ma– nera; muy al contrario, yo la imagino, hacia el fu– turo, como una hermandad, aunque de masa, muy selecta y floreciente. Se tendría que hacer lo posible e imposible pa– ra que no fueran como invernaderos, como aque– llas personas que ingresaban pensando en el "de– recho" a un nicho de mausoleo. Para ello, poner para el ingreso condiciones de edad (por ejem– plo, antes de los cuarenta años), condición que se respetaría a no ser que supieran otras condicio– nes relevantes. Para admitir o seleccionar, no podemos conten– tarnos con la buena voluntad en el candidato, "sim– patía por el hábito" o cosas por el estilo. Exigiría un sincero y vivo deseo de perfeccionarse, y dones naturales para la dimensión fraternal ... Habría que exigir compromisos concretos de apostolado, integrados en el equipo parroquial de su parroquia correspondiente . Ciertos compromi– sos temporales en los "grupos de presión", o en las corporaciones donde viven o trabajan ... y, por sobre todo, una vida verdaderamente consecuente con su profesión franciscana. Sería una hermandad de masa, pero configurada más o menos rigurosamente según el modelo que se desprende de cuanto hemos dicho. Y aunque la llamamos hermandad de masa, yo no podría imaginarla pasando, por ejemplo, de cin– cuenta hermanos. Teóricamente, un buen número sería entre veinte y cuarenta. Tercera Orden de "élite" Este grupo no tendría nada que ver jurídicamen– te o estructuralmente con el grupo anterior. Y en la práctica, viviría como si el otro grupo no existiese. Este comportamiento, aparentemente antifraternal, me lo dicta la experiencia. De otra manera, son inevitables las pequeñeces. Incluso la denominación de este grupo tendría que ser completamente diferente. No sé de qué manera. Numéricamente, tendría que ser muy pequeño. Entre cinco y diez hermanos, incluido el hermano menor. 42 En cuanto a la selección, debería tratarse de per– sonas de gran riqueza interior, de cultura elevada o, en su sustitución, de grandeza de alma. Por so– bre todo, se exigiría gran capacidad espiritual o po– tencia mística. Si además tiene ciertas disposicio– nes franciscanas, como espontaneidad, autentici– dad, valores fraternales . . . mejor, pero no serían indispensables. Para los efectos de su participa– ción en la promoción de las realidades terrestres, se completaría como elemento ideal si fuera per– sona de influencia. Fundamentalmente, tendría que ser una frater– nidad, en toda la radicalidad y exigencias que su– pone esta palabra y realidad evangélica. Ahí es– taría toda la grandeza y dificultades de esta "éli– te". Me parece que las reuniones tendrían que ser frecuentes y de gran intensidad espiritual. Las reuniones, que constituirían los momentos-hogar de este grupo, constarían de una intensa medita– ción (dialogada, espontánea, en silencio ... o de otra manera) sobre la palabra del Señor. Esta me– ditación-comentario-servicio de la palabra lleva– ría a los hermanos, de forma natural, a una comu– nicación con el Señor, sea en forma silenciosa y personal, sea en voz alta (en última instancia, re– citando salmos u oraciones preparadas), pero oja– lá siempre de forma espontánea, lo que, por otra parte, será la medida de la autenticidad del ser– vicio de la palabra. Al aburrirse espontáneamente ante el Señor, los hermanos no tendrán la menor dificultad en abrirse unos a otros, en completa sinceridad, na– turalidad, sin reservas de ningún género. Este momento de fraternización será la medi– da exacta de hasta dónde ha calado la meditación y la oración. Quiero decir: la sinceridad ante Dios los ha tenido que poner en sinceridad mutua con una seguridad, confianza y gozo; que realmente se sientan hermanos unos de otros, con todas las consecuencias de "sentirse bien", exponer las mu– tuas necesidades y, como diría Francisco, con la misma naturalidad con que un hijo se comunica con su madre. Hay que señalar que vivir así ya es una meta evangélica, aunque no hicieran otra cosa. Des– pués de meditar todo el Nuevo Testamento, uno queda con la impresión final de que la actividad esencial hasta que el Señor vuelva y mientras vuelva, la actividad esencial de los discípulos es "amarse unos a otros". Vivir fraternalmente es una meta evangélica. Pero hay mucho más. Los hermanos sacarán de este momento-hogar todo el empuje para compro– meterse en las tareas apostólicas y temporales pa– ra la realización del reino de los cielos y del reino de la tierra (la fraternidad universal). Quiero decir: no haría falta señalar aquí trabajos especiales. Del

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