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ARTICULO$ Evangelio del Señor y convertirlo en una frase "cliché" vacía y hueca. Si decimos que para todos los seguidores de Francisco el primer elemento es el Evangelio, y por otro lado, nos encontramos con el peligro de hacer del Evangelio una moda, ¿qué hacer, -cómo proceder, de qué manera para nuestras futuras hermandades llegará a ser el Evangelio un libro de vida, más allá y anterior a cualquier legisla– ción?; ¿cómo lograr de hecho y concretamente transformar en vida el Evangelio? He aquí un in– tento. Es necesario que "sigamos las huellas" (pisar las pisadas) de Jesús, expresión favorita de Fran– cisco. Trataremos de tener los mismos sentimien– tos de Jesús. Los mismos silencios y los mismos diálogos. Trataremos de repetir sus actitudes. sus reacciones típicas. Lo seguiremos en su soledad con el Padre y en su convivencia con los hom– bres. Confrontaremos nuestros juicios, palabras y actitudes con los de Jesús. Esto, a su vez, nos obligará a "estar saltando" incesantemente de la vida al Evangelio y del Evan– gelio a la vida. Constantemente tendremos que hacer referencia al Evangelio, para copiar, para corregir, para comparar. En este sentido, el Evan– gelio es inagotable, no se "gasta" nunca. Un mismo episodio puede servirnos para ocasiones muy distintas en nuestra vida; una sola palabra puede contener soluciones para distintas situacio– nes de nuestra vida. Nunca acabaremos de com– prender, y menos agotar, el Evangelio. Lo dioho nos lleva a una evidencia: el Evangelio ES Cristo. El Jesús que vemos retratado en el Evangelio, tal como lo vemos caminar, hablar, re– zar, convivir, sufrir, llorar y morir. Es Cristo a quien encontramos en el Evangelio. Conversión evangélica significa, pues, que nosotros reprodu– cimos, repetimos la vida de Jesús de tal manera que Jesús se hace transparente a los hombres de hoy por medio de nuestra vida. "Cristianización" o identificación con Cristo sería otro nombre de la conversión evangélica. Pero hay mucho más. Jesucristo sigue viviendo en los acontecimientos de nuestros días. La salva– ción no es tan sólo un acontecimiento histórico del pasado; sigue creciendo y efectuándose hasta el fin del mundo a través del proceso de la histo– ria. Nuestra labor consistirá en saber descubrir– lo y ayudarlo, participando en los hechos que se desarrollan a nuestro alrededor. Finalmente, como nuestras costumbres y ade– lantos técnicos nos hacen vivir de forma muy dis– tinta que en los días de Jesús, el "instinto" evan– gélico y el "entrenamiento" evangélico nos van a ayudar en cada circunstancia a inventar aquella 38 manera cómo Jesús viviría hoy día, por ejemplo, en los sindicatos, universidades o luchas socia– les. De esta manera, no solamente Jesús transfigu– rará nuestras vidas, sino que nuestra persona se– rá transfigurada. Esta será la manera cómo los cristianos transfigurarán el mundo, como dice el Concilio. Pero, concretamente, ¿·qué hacer para que, a nuestras futuras hermandades, no se les caiga el Evangelio de las manos, como un cuento ya sabi– do, una historia sin interés por lo repetida? ¿Qué hacer para que el Evangelio sea para nuestros her– manos la única legislación y la única inspiración? Es -cierto que Francisco da una fórmula: con– templar y meditar el Evangelio "maravillados y agradecidos". Sin embargo, para todos nosotros, esas preguntas se mantendrán en pie para poner a prueba nuestra autenticidad franciscana. A mí me parece que la tarea primordial en to– do sentido es ésta: cómo hacer que nuestros her– manos vivan el Evangelio de nuestro Señor Jesu– cristo. b) Vivir como hermanos Hermanos entre sí, o hermandad "hacia adentro" Una sincera conversión evangélica nos llevará a vivir en fraternidad porque el Evangelio es una fuerza eminentemente interpersonal. San Francisco llamó y quiso que los laicos que querían vivir su inspiración formaran hermandades y no simplemente cofradías medievales, asocia– ciones o montepíos. Y como lo más bonito es lo más difícil, la prue– ba y el desafío para las futuras hermandades con– sistirá precisamente en demostrar si son capaces de vivir realmente los valores y ambiente de fra– ternidad. A mí me parece que la razón principal de la decadencia de nuestras hermandades radica precisamente en eso: en que no viven la herman– dad. ¿V cómo van a vivirla si se juntan una sola vez al mes? ¿Cómo van a vivirla entre cincuenta o doscientas personas? Es inhumano y antinatu– ral: entre tanta gente ni puede haber un mínimo conocimiento mutuo; cuanto menos, amistad; cuan– to menos, hermandad. Y lo sobrenatural presupone lo natural, ¿cómo va a ser posible la amistad y la comunicación de jóvenes con ancianas, pobladores y analfabetos con catedráticos o profesionales? No es humano. Y aunque el Evangelio puede ser una fuerza in– tegradora y niveladora, sin embargo, me parece algo elemental que se tengan en consideración las condiciones personales.

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