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ARTICULOS la obra del desarrollo, pero tuvieron que trabajar durante tres años, principalmente en instalar luz eléctrica, bombas de agua, frigoríficos, lavadoras e instalaciones higiénicas en casa de los padres y de las monjas. En este campo sería de desear una solidaridad más genuina con los pobres y una mayor igualdad de posibilidades para todos" (lbi– dem, p. 432). En este aspecto, el plan trazado por san Fran– cisco para sus hermanos menores misioneros es de vibrante actualidad. Lástima que también los misioneros, que se proclaman hijos suyos, se hayan desviado por caminos opuestos a los de su Padre Fundador. No son las piedras ni los ladrillos los que construyen la Iglesia, sino la convivencia con los humildes, progresando todos al mismo ritmo y al mismo nivel, a ejemplo de Jesucristo y de su siervo Francisco; éste es el significado de abra– zar la pobreza como método de evangelización, para un progreso espiritual y material de la co– munidad humana con igualdad de derechos y posibilidades. Encarnación y servicio "A todos los que moran en el mundo entero: el hermano Francisco, su siervo y súbdito, les saluda con reverencia y desea la paz del cielo y sincera caridad en el Señor" (11 Carta 1). "Al ver a los pobres y enfermos, su corazón se deshacía de compasión y, cuando no podía socorrerles, trataba, por lo menos, de manifes– tarles su amor" (LM VIII 5). "Cualquiera que viniere a los hermanos, amigo o enemigo, ladrón o salteador, sea recibido con bondad" (1 Regla VII). "Daba el nombre de hermano a toda creatura" (1 Cel 81). Con el Papa Paulo VI, podríamos afirmar: "La obra de la evangelización supone en el evangeli– zador un amor fraternal hacia aquellos a los que evangeliza . . . Un signo de este amor será el deseo de ofrecer la verdad y conducir a la unidad. Un signo de este amor será igualmente dedicarse sin reservas y sin miras atrás al anuncio de Jesu– cristo. Añadamos ahora otros signos de este amor: El primero es el respeto a la situación re– ligiosa y espiritual de la persona que se evan– geliza. Respeto a su ritmo, que no se puede for– zar demasiado. Respeto a su conciencia y a sus convicciones, que no ihay que atropellar" (Evan– gelii nuntiandi, 79). La evangelización en una cultura extraña, exige 102 con mucha mayor razón el debido respeto y una mayor sumisión al estilo de san Francisco, siervo y súbdito de todos los hombres. Aquí radica la causa del éxito o del fracaso del misionero; en su actitud de servicio y no de imposición, al tra– tar de llevar el Evangelio a distintas culturas . No su Evangelio, como él lo vive en su propia cul– tura, sino el Evangelio en su esencia, limpio de los elementos culturales, de los que tuvo que envolverlo el mismo Jesucristo, para hacerlo comprensible a los judíos, de los que tuvo que envolverlo la primitiva comunidad cristiana, para implantarlo en las culturas griega y romana, de los elementos de nuestra cultura occidental o criolla, para hacerlo de verdad pemón, barí, war•ao, yukpa, etc., encarnado y revestido de los propios elementos culturales. Todo esto, evidentemente, es mucho más difícil que levantar edificios o administrar haciendas, reparar motores o dedi– carse a obras de beneficencia. Exige dedicarse con humildad a aprender la lengua, internarse en la mentalidad de los indígenas, hacerse como uno de ellos, a imitación de Jesucristo y san Fran– cisco, sin atisbos de superioridad, sino como sier– vo, súbdito y verdadero hermano menor en el ser– vicio a todos los demás. Sujetos a todos "Los hermanos, que van a tierra de misión, pue– den realizar su apostolado de dos maneras: o bien no promover pleitos, ni contiendas, sino su– jetarse, por Dios, a toda humana creatura y con– fesar que son cristianos; o bien, cuando vieren que es voluntad de Dios, anunciar su Palabra di• vina a los infieles" (1 Regla XVI) . "Nosotros hemos sido enviados para ayudar a los clérigos en la salvación de las almas y lo que ellos no pueden hacer, lo debemos suplir nos– otros" (2 Cel 146). "Los hermanos, en efecto, se llaman "meno– res", porque su nombre y su conducta deben dar ejemplo de humilde sujeción a todos los demás hombres de este mundo" (Legenda antiqua 13). El misionero debe integrarse como hermano menor en la comunidad indígena, sin pretensio– nes de mandar como jefe o superior, sino como un verdadero servidor, de modo que su servicio sea patente y motivado por su nombre de discí– pulo de Cristo. La predicación del Evangelio no puede ser una ostentación de autoridad, sino un servicio, con la humildad de quien presenta un regalo a sus amigos. Así lo exige el ejemplo de san Francisco y sus más vivas recomendaciones a los que siempre de corazón y de· verdad quieran prestarse a ser sus "hermanos menores", al ser– vicio de los demás hombres sin distinción de ra– zas o de culturas. ¡Cuántas aberraciones en este
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