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ARTICULOS repetidamente en los documentos legislativos de san Francisco: "como a ellos les pareciere con– veniente según Dios". Francisco sabe que "la fe depende de la predicación y la predicación se actúa por la palabra de Cristo" (Rom 10, 17). La presencia profética del misionero ha de ir preparando el terreno a la Palabra; cuando se ve que ésta puede ser recibida, debe ser anun– ciada. La misión tiene como meta conseguir que los infieles entren a formar parte de la Iglesia mediante el bautismo. Pero ese momento no ha de ser la impaciencia humana la que lo ha de señalar, sino los intereses de Dios. Aun el mismo contenido de la predicación de– penderá del grado de esa preparación del te– rreno y del clima mental y espiritual de cada pueblo: "Estas y otras cosas que vieren agra– dan al Señor, pueden decirles a ellos y a los de– más". V. Disposición martirial El fin de la partida a tierra de infieles, según san Francisco, no es el martirio. Pero desde que Jesús dio a los apóstoles el encargo de ser sus testigos -martyres-, todo fiel discípulo suyo y, sobre todo, el mensajero de su Palabra, sabe que se expone al riesgo constante de jugarse la vida por El y por su Evangelio. En los años en que el santo escribía ese capítulo de la Regla, ese riesgo no era una mera hipótesis para quie– nes se aventuraban a internarse en los países mahometanos; el martirio de san Berardo y sus compañeros debió de causar enorme impresión. Por ello, los textos bíblicos que llenan la parte final, reunidos como es sabido, con la ayuda de Cesario de Spira, hablan todos de la valentía para confesar a Cristo, para e~ponerse a las per– secuciones y a la muerte. Todo deben aceptarlo los misioneros, con gozo, como una oportunidad de manifestar su amor invencible a Jesucristo. Pero, es interesante que Francisco considera esa disposición martirial como una actitud que debe ser común a todos los hermanos. En efecto, al entrar a hablar de ese tema, cambia el suje– to: "Y todos los hermanos, en cualquier parte que se hallaren, recuerden que se entregaron a sí mismos y ofrendaron sus cuerpos al Señor Jesucristo. Por amor suyo deben exponerse a los enemigos visibles e invisibles ... " En fecha anterior, había escrito Francisco en la Regla: "Son amigos nuestros todos aquellos que nos proporcionan injustamente tribulaciones y pe– sares, ignominias e injurias, padecimentos y tor– mentos, el martirio y la muerte" (1 Regla, 22). Muy justamente dirá san Buenaventura: "Los que piden ser recibidos en nuestra Orden, han de 156 venir dispuestos para el martirio" (Expos. super Regulam, 2; Op. Omnia. VIII, 398). Conclusiones y aplicaciones Ha quedado atrás el tiempo de la Christiani– tas. Sería anacrónico seguir dividiendo a los hombres en "mundo cristiano" y "mundo in– fiel". La Iglesia es, aun en la realidad geográfi– ca, verdadero "misterio universal de salvación". La Iglesia es misionera allí donde existe, y debe existir viva y operante allí donde hay un grupo de cristianos que tienen conciencia de serlo. Ni siquiera tiene ya sentido hablar de "misiones ex– tranjeras". Era la idea que san Francisco tenía de la Iglesia: los hermanos menores invitando a la conversión a todos los hombres, sea a los cris– tianos de todas las categorías, "pequeños y grandes", sea a "todos los pueblos, razas, tri– bus y lenguas, todas las naciones y todos los hombres de todas las partes de la tierra, que son y serán .. " (1 Regla, 23). En un retorno a san Francisco es vital el recobrar esa conciencia de la universalidad de la misión. La empresa misionera de nuestra Orden es, ante todo, un testimonio y un mensaje kerigmá– tico de conversión, o más precisamente, hacer llegar a todos los hombres el mensaje gozoso de la realidad de Dios, de su grandeza, de su amor, que se manifiesta en el don de la salva– ción por medio de su Hijo hecho hombre, hecho hermano. Es un mensaje de fraternidad. En sus viajes entre los sarracenos, Francisco no quiso llevar la representación de ningún po– der público, ni político ni religioso. Fue como hombre, como cristiano, y trató a los infieles, incluido el sultán, como a hombres y como a cristianos por vocación. Se fio de ellos. Y ellos se fiaron de él. Durante muchos siglos el misio– nero, aun a pesar suyo, ha aparecido ante los pueblos evangelizados como representante, cuando no como mandatario y colaborador, de una potencia colonial o "protectora". Hoy las cosas han cambiado por la fuerza de los hechos. Pero esos pueblos se ven todavía mirados como "zonas de influencia", objeto de especulación de las superpotencias; cada extranjero es un emi– sario potencial, quizás un espía, un agente po– lítico. Es ei momento feliz del verdadero misio– nero, servidor de la Iglesia local. sin otra cuali– ficación ante los nativos que la de hombre-her– mano y cristiano. La vocación misionera es como una madura– ción de la vocación franciscana. Vocación nor– mal, por lo tanto, si bien se manifiesta en una llamada particular de Dios. Por ser impulso ca– rismático -"inspiración divina"- debe seguir

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