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ARTICULOS mana de la vocación cristiana entendida en to– do su alcance. Todo hermano menor, por su propia profesión, debe sentirse llamado a ex– tender el Reino de Dios. En términos modernos diríamos que la Orden como tal es misionera, y la historia lo comprueba. Pero Francisco supone un llamamiento espe– cial de Dios en los hermanos que quieren ir en– tre los infieles. En las dos Reglas el título del capítulo de las misiones es el mismo: De eunti– bus inter saracenos et alios infideles. "Ir entre los infieles", en realidad, no es sino poner en práctica la misión general de los hermanos meno– res de "ir por el mundo" (ire per mundum, ·1 Re- gla, 14; 2 Regla, 3). Solamente que esa marcha, ese hacerse presentes entre sarracenos y otros infieles lleva consigo un tipo de testimonio y una disposición martirial, que requiere gracia parti– cular. Por eso en la Regla primera el texto co– mienza con las palabras de J,esús: Mirad que os envío como ovejas entre lobos. Sed, pues, pru– dentes como serpientes y sencillos como palo– mas (Mt 1O, 16). La inspiración divina. Esta expresión apare– ce en la Regla bulada y en muchos manuscritos de la Regla primera. Es sabido el sentido que daba el fundador a ese vocablo. No se trata de ninguna revelación, sino del descubrimiento de la voluntad de Dios que realiza ,cada hermano cuando es dócil al "espíritu del Señor y su san– ta operación" (2 Regla, 10). Y Francisco miraba siempre con profundo respeto la "gracia" parti– cular de cada uno. La vocación a la fraternidad es ya para él, efecto de una "inspiración divina" (1 Regla, 2; Forma de vida a santa Clara). Es Dios siempre quien toma la iniciativa en la tra– yectoria espiritual de cada hermano. La licencia del ministro y siervo. Ese carácter de la vocación misionera crea en el hermano un verdadero derecho a llevarla a efecto. El tomar la iniciativa no sólo no es contra el espíritu de obe– diencia, sino muy perfecta obediencia. Los demás permisos que se obtienen anticipándose a la or– den del superior son para Francisco sólo "li– cencias", no ejercicio de la obediencia; pero "consideraba obediencia perfectísima la del her– mano que, movido de inspiración divina, va a tierras de infieles, ya sea para ganar almas, ya para padecer el martirio; en ella, en efecto, no tienen parte alguna la carne y la sangre. El pe– dir esa licencia al superior lo juzgaba muy del agrado del Señor" (2 Gel 152). Cuando la llamada divina es cierta, la fideli– dad exige que se dé la respuesta con generosi– dad. Por ello Francisco quiere que el hermano no vacile. La Regla primera dice: "Cualquier her- 154 mano que quisiere ir entre los sarracenos y otros infieles, vaya con el permiso de su ministro y siervo". Y la Regla bufada: "Todos aquellos que, por divina inspiración, quisieran ir. . . pidan li– cencia.•." Pero cabe que el hermano, no obstante su buen deseo, no sea idóneo para tal empresa. Francisco no hace sino aplicar al caso particu– lar de la vocación misionera la norma sobre la verificación del carisma personal: si el candida– to no reúne las cualidades necesarias es claro que Dios no le llama. Por lo tanto, al ministro y siervo -en la Regla bulada se especifica que es el provincial- sólo le toca juzgar de la idonei– dad del peticionario; si lo juzga idóneo, no tiene derecho a negarle la autorización. La Regla pri– mera es bien explícita, al cargar sobre la con– ciencia del superior las consecuencias de una negativa no motivada: "Y el ministro les dé li– cencia y no se oponga, si ve que son aptos para ser enviados; porque habrá de dar cuenta a Dios si en esto o en otras cosas procediere sin dis– creción". Para el santo obrar indiscreta es de– jarse guiar por criterios humanos o "carnales" y no por el "espíritu del Señor". En la Regla bulada se han suavizado los términos en bien de la dis– ciplina, cambiando el giro de la cláusula: "Los ministros no concedan licencia a ninguno, sino sólo a los que vieren que son aptos para ser en– viados". Pero fundamentalmente el sentido es el mismo: competencia del provincial es comprobar la idoneidad; no es él quien envía, es Dios. Andando el tiempo, cuando la empresa misio– nera recibirá nueva centralización en la segun– da mitad del siglo XIII, con un carácter ponti– ficio cada vez más marcado, se pondrá atención en esa misión apostólica, el envío de misioneros se considerará competencia del ministro general y el capítulo general se reservará la responsabi– lidad de la planificación de la obra total de las misiones a las órdenes de la Santa Sede. Pero permanecerá firme el principio de que la vocación misionera personal es de orden caris– mático, algo eminentemente voluntario, y un de– recho que los superiores deben respetar. La his– toria de las misiones franciscanas abunda en epi– sodios que revelan esa conciencia, en los misio– neros, del derecho a realizar su vocación; por ejemplo, la fuga de los beatos Pedro de Dueñas y Juan de Cetina en 1397, contra la voluntad del provincial, para ir a padecer el martirio en Gra– nada, las varias escapadas de los misioneros que murieron mártires en el Japón, la argumentación de Juan Foucher en el siglo XVI demostrando que los provinciales no tienen derecho a poner im– pedimento a los religiosos que se ofrecen para ir a evangelizar a los indios de América . . .

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