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Espiritualidad misionera franciscana Fr. Lázaro lriarte, ofm. cap. El autor ya es conocido nuestro. El estudio que hoy publicamos es un documento presentado a los Herma– nos Capuchinos como preparaci6n para el pr6ximo Co~ se¡o Plenario de la Orden. La historia de la misión cristiana es deudora a Francisco de Asís no sólo por haber sido el primer fundador que incluyó en la Regla un ca– pítulo especial sobre las expediciones a tierras de infieles, sino porque abrió una era nueva a la evangelización universal. En la alta Edad Media los pueblos de Europa habían sido evangelizados y civilizados por los monjes mediante el monasterio y desde el mo– nasterio. Aquella labor de integración cristiana había dado como resultado la Christianitas, ciu– dad de Dios en la tierra, que se configuraba como un todo compacto, social y religioso, a favor de la estructura feudal y bajo la autori– dad unificante del reino y del sacerdocio, em– p·erador y Papa. Al interior de la Christianitas no cabía nadie que no profesara la fe cristiana; la herejía era un atentado contra la base misma de esa sociedad. Fuera de las fronteras de la Cristiandad estaban los infieles; convertir era sinónimo de conquistar. Entre los infieles, ex– tendidos a las puertas mismas de Europa como una amenaza constante, se hallaban los sarra– cenos, otro bloque social y religioso. La Cruz y la Media Luna eran las enseñas de dos mundos que voluntariamente se oponían y se excluían. Cuando Francisco hace su apari– ción con su programa de paz, la idea de la Cris– tiandad ha llegado a su formulación culminante bajo el Papa lnocencio 111; más de un siglo de cruzada ha servido para dar cohesión a los dos bloques y enconarlos en su antagonismo, pero también para conocerse mutuamente. Y Fran– cisco capta en el sentir del pueblo cristiano, sobre todo en aquel nuevo pueblo de comer– cia!ltes y artesanos, que tiene que haber otro lenguaje que no sea el de las armas entre gen– tes que creen en el Dios Altísimo. Comenzaba, en efecto, a perder popularidad la cruzada mi– litar. l. Significado de los viajes de Francisco Sorprende la rapidez con que Francisco fue adquiriendo conciencia del destino de la frater• 152 nidad en un radio de acción cada vez más uni– versal. El hecho de haber descubierto su voca– ción evangélica a la lectura de la página de la mis:ór. de los apóstoles, le hizo considerar siem– pre los varios elementos de esa misma vocación como otras tantas liberaciones para el anuncio del Reino. Es la fidelidad a Cristo, su compro– miso de seguirle y de conformarse a El , lo que da alas a su celo: "Escogió no vivir para sí solo, sino para Aquel que murió por todos, per– suadido de que Dios lo había enviado para ga– nar para Dios las almas que el diablo se esfor– zaba por arrebatarle" (1 Gel 35). "Solía decir que nada hay que aventaje a la salvación de las almas; y daba como razón principal que el Hijo unigénito de Dios se dignó pender de la cruz por ellas. De aquí el importunar a Dios en la oración, el celo impaci ente en la predicación y el esmero en edificar con su ejemplo" (2 Cel 172). Los biógrafos, como sucede en otros aspec· tos de la espiritualidad del Poverello, tienden a insistir en el cristocentrismo, pero los escritos personales suyos le muestran elevándose siem– pre, mediante el Cristo hermanos, hasta la rea– lidad de Dios. Y en ese ardor incontenible de Francisco por hacer conocer al Dios Altísimo, el sumo Bien, fuente de todo bien, y mover a todos los hombres del mundo a bendecirle, alabarle y darle gracias, hemos de ver la razón fundamen– tal de su inquietud apostólica. Quería hacer vivir a sus hermanos profunda– mente esa motivación suprema, como lo vemos en la Regla primera, c. 17, 21, 22 y 23. Más aún, esa es la misión fundamen tal de la Orden de los Hermanos Menores en el mundo, su ra– zón de ser: "Celebrad al Señor, porque es bue– no, ensalzadlo con vuestras obras, porque pa– ra esto os ha enviado al mundo entero, para que de palabra y de obra déis testimonio de su voz y hagáis saber a todos que no hay otro omipo– tente fuera de El" (Carta al Capítulo General, 9). No pueden pasarse por alto esos textos cuan– do se trata de motivar nuestra vocación misio– nera como franciscanos.

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