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S. BUENAVENTURA FILÓSOFO 447 imagen natural que son las tres facultades del espíritu: memoria, entendi– miento y voluntad. Advierte Bérubé que S. Buenaventura en el Itinerario no quiere pro– bar la existencia de Dios, sino ayudar a contemplarle, hacer "verlo" en cuanto puede hacerse por la filosofía. Y llama a esta visión de Dios una contemplación de I:>ios y a veces una contuición de Dios. No habría por qué dar a estas palabras un sentido esotérico o misterioso, bajo pre– texto de que la obra tiene una orientación mística y sobrenatural. S. Buenaventura escribe para ser comprendido por el común de sus lectores. Varía el vocabulario sin cambiar necesariamente la significación. Por ello el término contuición no constituye problema especial, según Bérubé. Se aplica a la contemplación de Dios lo mismo desde las propiedades de los seres sensibles que al tratar del conocimiento que el alma tiene de si misma o al referirse a la contemplación de la verdad y de la bondad increadas, que es Dios mismo. El caso, pues, del Itinerario no es distinto de los otros escritos donde se encuentra el término intuición (178). Para hacer contemplar a Dios en el espejo natural de nuestra alma S. Buenaventura invita a entrar dentro de uno mismo y constatar que el alma se ama a sí misn¡ra, se conoce y se recuerda de sí misma, con lo que se reconoce como ~emoria, entendimiento y voluntad. Estudiando los actos de estas facultades se llega a ver a Dios de una manera oscura: per speculum in aenigmate. Dios no es, por tanto, objeto de una percepción directa e intuitiva, sino indirecta y refleja. Es necesario proyectar sobre los actos de las facultades una luz apta para manifestar lo que se escapa a la observación directa. Y esta luz la pide aquí S. Buenaventura a la filosofía, no a la Escritura o a la teología. 13. Hay un momento en que Bérubé se expansiona con un cierto humor relativista, al decir que "como toda filosofía verdadera, creación de la inteli– gencia, la de San Buenaventura es estrictamente válida para él solo". Luego suaviza la aserción reconociendo que esta filosofía era también, en buena parte, tradicional en las escuelas antes de la invasión masiva del aristotelis– mo. Ella se había convertido en una propiedad común (179), herencia litera– ria y cultural que cada cual acomodaba a su gusto. Y S. Buenaventura escribía para ser comprendido en su tiempo, mientras que un moderno, formado en otra escuela y según otras disciplinas, se puede extrañar de la confianza concedida a ciertas fórmulas filosóficas, a ciertas teorías científi– cas, y poner en duda al mismo tiempo el valor de estos principios y teorías y de las consecuencias que S. Buenaventura saca de ello.
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