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446 BERNARDINO DE ARMELLADA para poder ser feliz con él". Aunque el lenguaje parezca teológico es claro que S. Buenaventura habla como filósofo (176). Bérubé quiere hacer aquí una concesión al lector moderno, advirtiendo que si a nosotros, lectores modernos, estos argumentos nos parecen una petición de princi– pio, a S. Buenaventura le parecen inmediatamente evidentes, lo mismo que parecían a sus contemporáneos. Paso ahora a la lectura que Bérubé, como historiador de la filosofía, hace del Itinerario (177). Encabeza sus reflexiones con un título curioso, tomado de una expresión de Gilson: "Un S. Francisco que se mete a filosofar". Porque, de hecho, S. Buenaventura compuso el opúsculo duran– te un retiro en la soledad de la Alverna, inmerso en el recuerdo de su Seráfico Padre. A partir del capítulo 2, 8, Buenaventura, el discípulo de un Francisco sin cultura libresca, se adhiere a la escuela de los filósofos para describir cómo el mundo sensible entra por las ventanas del alma, llega hasta la inteligencia y se hace objeto de percepción, de placer, de discernimien– to, capaz de conducir el espíritu a múltiples contuiciones de Dios. Aquí se manifiesta como discípulo de san Agustín, que ve en la especie sensible una indicación de que la imagen eterna es la primera hermosura, la prime– ra suavidad, la primera salud; que declara que se puede ver con claridad que sólo en Dios está la fuente del placer y que todos los placeres nos conducen a buscarle. Luego, es el discernimiento de las cosas sensibles por la inteligencia lo que permite a S. Buenaventura exponer, como en Sobre la ciencia de Cristo, que los juicios se fundan sobre una relación inmutable, ilimitada en el espacio y en el tiempo; que no hay nada de inmutable, ilimitado y eterno fuera de Dios y que, por tanto, Dios es la razón de toda cosa, la regla infalible y la luz de la verdad, la norma directriz de todos nuestros juicios ciertos sobre todo lo que penetra en el alma por vía de los sentidos (180). Los últimos párrafos del capítulo 2 no van más allá de la teoría del conocimiento en las "reglas eternas" expuesta ex professo en la cue– stión 4 Sobre la ciencia de Cristo. Pero el cap. 3 va más allá, mostrando el modo de esta presencia de Dios; presencia multiforme que podemos entender mediante el término objeto de las facultades, si bien S. Buena– ventura no emplea aquí esa palabra de cariz escolar que él prefiere otras veces, coloreándola con la calificación de motor, ratio regulans et motiva, y que en el cap. 3 conviene también al objeto de la voluntad. Todo este capítulo tercero está consagrado a la contemplación de Dios en esta

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