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80 ENRIQUE RIVERA Pudo haber sido san Buenaventura un correctivo a esta dirección pre– valentemente teórica con su sensibilidad más afectiva y más en contacto con la intimidad de las conciencias cristianas. Así pensaron doctores tan eminentes como Gersón y san Francisco de Sales. Pero hay que constatar que san Buenaventura no dio la pauta al pensamiento cristiano en los siglos que le siguieron, excepto en el campo de la místicá donde ;m influjo benéfico fue siempre muy eficaz. Los místicos franciscanos españoles dan buen refrendo a esta afirmación. Pero la teología, como síntesis doctrinal, tomó desde ef8 siglo XIII el rumbo teórico que santo Tomás la impuso. El otro gran doctor franciscano, Juan Duns Escoto, no comparte la opinión de santo Tomás sobre el carácter de la teología, pues la declara esencialmente práctica. Pese a ello, la declinación de la teología hacia el intelectualismo conceptual tiene en Escoto tanto o más relieve que en santo Tomás. No en vano es Escoto el gran metafísico de la escolástica, como lo transparenta en su obra De primo principio. Parece en lo cierto E. Gilson, cuando declara al intelectualismo de Duns Escoto, con quien empalma F. Suárez, ambos filósofos de la esencia, un antecedente del racio– nalismo del siglo XVII, el de Descartes y Leibniz, propugnadores los dos de la filosofía de la esencia, en la línea de Escoto 17 • Dentro del campo del pensamiento cristiano cristaliza desde fines de la edad media entre teología y vida. Recuérdese la "devotio moderna" con el Kempis como libro excepcionalmente significativo de esta tensión. Aquí en España, y más en concreto en san Juan de la Cruz que estudió en la universidad de Salamanca, se ha querido ver una síntesis de teología y mística. Pero lo cierto fue que se mantuvieron más o menos frente a frente hasta que la teología escolástica se impuso en tal manera al pensar místico que éste, durante los siglos XVII y XVIII, realizó el lamentable esfuerzo de encuadrar las experiencias místicas, tersamente expuestas por santa Teresa, dentro de la rígida terminología escolástica. Con tan inviden– tes tentativas el pensamiento místico español entró en una estéril paramera de dos siglos, que sólo muy parcialmente hemos logrado dejar atrás 18 • Más o menos todo el pensamiento cristiano ha pasado por esta para– mera del frío intelectualismo. Ha sido el Vaticano II quien nos ha incitado a salir de él. Nos place que en este momento cite a san Buenaventura: Para todo franciscano es una acuciante llamada a abrirse a nueva vía. 17 E. Gilson, L'etre et l'essence, París 2 1972, 124-187. 18 Pone en relieve esta tendencia, con elogio injustificable al parecer, Cris6gono de Jesús Sacramentado, La escuela mística carmelitana, Avila 1930, 141-253.

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