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202 llNRIQUE RIVERA DE VllNTOSA lSJ verdad fuera esto en su propia vida, lo dice bien la perennidad de su amor humano. La llamó «mi santa costumbre» 3. Unamuno no analiza filosóficamente los fenómenos de conciencia que atisba. Pero sus atisbos, en ocasiones, son geniales. Esto lo tenemos que decir respecto de la conexión que establece entre horas y eternidad. Siente su vinculación sobre todo en los momentos en que deja el aje– treo de la ciudad y sube a gustar de la serenidad de la cumbre, del silen– cio de la cima. La serenidad de la cumbre, reflejada en la laguna de Gredos a más de dos mil metros de altura, inunda su alma, lejos de toda clase de noticias, datos e informaciones. Un pastor que vive con toda pla– cidez en aquellas inmensidades, le hace ver que puede estallar una revo– lución a sus pies sin que él tome conciencia de ello. El silencio de la Peña de Francia, a donde sube con dos amigos franceses, «enamorados de esta inalterable España» -en frase del mismo Unamuno- le habla de comunión de almas que sólo allí, en aquella soledad, se hace posible, lejos del zumbido del enjambre humano atareado y alborotado. Confie– sa que en aquellas cumbres silenciosas ha sentido la inmovilidad en medio de las mudanzas, la eternidad debajo del tiempo, que ha tocado el fondo del mar de la vida. Es decir, que ha vivido horas de eternidad. Y es que para Unamuno la eternidad es la sustancia del momento que pasa y no sólo la envolvente del pasado, presente y futuro de las dura– ciones todas. La eternidad se adensa y se hace tiempo presente en el hoy eterno, rebosante de un infinito de ayeres y de todo un infinito de mañanas. La hora que siempre vuelve es lo mismo que la eternidad que nunca pasa 4. A las horas y a la eternidad Unamuno contrapone la vida en el baru– llo y del barullo, el griterío de los hombres que vocean para no oírse, para no oírse cada uno a sí mismo, para no oírse los unos a los otros. Este contraste entre la calma y el silencio de la cumbre que se reman– sa en las horas y en la eternidad y el alboroto de la calle y de la plaza que reflejan lo fugaz y bullanguero del siglo, adquiere forma plástica para Unamuno en el mar de encinas de la planicie que circunda a su Salamanca. Poéticamente escribe: En este mar de encinas castellano los siglos resbalaron con sosiego 3 Visiones y comentarios, o. c., t. VIII, p. 1251. 4 Andanzas y visiones españolas. De vuelta de la cumbre. El silencio de la cima, o. c., t. L, pp. 350-359.

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