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2IÓ KNRIQUK RIVERA DE VENTOSA mos preguntarnos por la raíz de eso que no parece claro en su magní– fica visión de las epifanías. Si nos hallamos en la definítiva, que es la epifanía de la cultura y de la cultura planetaria, si, como dice él mismo, ha llegado el momento de la síntesis, la necesidad de unirlo todo, ¿por qué mantiene el criterio, no muy aceptable, del canon y de la norma únicos? Para responder a esta última pregunta nos vamos a permitir un pe– queño rodeo. Y va a ser a través de la filosofía de Bergson. Tiene éste la final de Les deux sources unas observaciones muy atinadas sobre la marcha de nuestra civilización. En el capítulo final, Mécanique et Mystique, observa que la mecánica, es decir, la máquina moderna ha debido servir a la Mística, entendida en sentido amplio para significar la vida del espíritu en todos sus aspectos religioso-culturales. La má– quina, según esto, ha debido realizar lo que los hombres milenariamen– te han hecho con sus brazos. De esta suerte el hombre hubiera podido dedicar sus ocios al cultivo de la vida del espíritu. Pero, lamentable– mente, esta finalidad de la máquina no se ha cumplido. Ello ha moti– vado que la vida industria.! con todos sus artilugios haya crecido des– mesuradamente y que el hombre haya quedado aplastado por el enorme artefacto de la técnica. Por ello concluye Bergson: «Le corp agrandi attend un supplement d'ame». Toda esta problemática la ha visto con hondura E. D'Ors. Y desde una concepción que completa la de Bergson afirma que la crisis actual y la razón de esta gran angustia que ha contagiado a los humanos, han tenido su raíz en la generalización de un vicio metafísico moderno, que consiste en la incapacidad para pensar las esencias, contentándose con la perezosa resignación de pensar relaciones. El hombre moderno, sigue razonando, ha forjado sus ideas sobre lo divino, pero con pereza para concebir la entidad «Dios», como sustancia; ha procurado seguir sin– tiendo lo estético, pero sin definir una belleza canónica; continúa in– tentando una vida. moral, pero sin atribuir objetividad al bien, donde no se alcanza a ver más que un vínculo funcional entre las costumbres y sus lugares o tiempos.. En todos los dominios de la existencia espiri– tual los objetos parecen haber sido sustituidos por funciones 35 . Bergson termina de decirnos que la máquina ha despersonalizado al hombre, en vez de ayudarle en su vida mística espiritual. D'Ors en– cuentra la razón de ello en que el hombre de hoy ha quedado conver- 3., Ibídem, pp. 214-215.

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