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212 ENRlQUE RIVERA DE y~;NTOSA [ 18] sobre su dirección doctrinal en lo que toca a la filosofía de la cultura. Recordamos dos del grande siglo de Atenas: Sócrates y Tucídides. De Sócrates afirma que con su máxima, «conócete a ti mismo», puso el pri– mer sólido basamento de la cultura universal. En cuanto a Tucídides lo defiende de la acusación que le hace Spengler por no haber logrado sen– tir lo que es profundamente histórico. «Efectivamente es así, responde D'Ors, pero es porque lo tenía todo presente» 28 • Estas anécdotas de la vida mental de este filósofo señalan la direc– ción de su espíritu en la investigación de la cultura. Esta dirección que– da fijada en esta sola frase: la cultura es la búsqueda y el hallazgo de los vafores universales que deben sentirse siempre presentes 29 • Por lo mismo, para D'Ors lo importante en la historia no es lo que sucede y se cuenta, sino lo que es permanente, lo que tiene significado, lo que da sentido al hecho que se dice histórico. De aquí la radical oposición que establece entre el fiat, entendido en sentido bíblico y el fieri o werden. Para comprender esta oposición, clave en su interpretación de la cultura, es necesario advertir que la filo– sofía del fíat ve el mundo bajo la acción creadora de Dios que lo ha ordenado según los esquemas admirables de su arte eterna. La filosofía del werden lo considera, por el contrario, como un puro hacerse en con– tinuo proceso de desarrollo. D'Ors opta incondicionalmente por la pü– mera filosofía. Y rechaza no sólo el «Gott in werden>l del panteísmo idea– lista, sino también el <cwerden» de la simple evolución. Con un exclusi– vismo radicalmente angelista, hoy diríamos desencarnado, contrapone el fluir de las cosas a lo eterno, los hechos históricos a las constantes de la historia. Dicho en terminología griega de la que tanto usaba, y en oca– siones abusaba D'Ors, al devenir opone la «anastrophé)). Fijos los ojos en los valores eternos, su mente busca inquieta la presencia de los mis– mos en la historia. Esto explica la alta estima que tiene de la razón. Por ella el hombre se vincula a lo eterno. A su vez, aquí encontramos igualmente el motivo de su enemiga a todo lo que dice relación al instinto y a la efectividad. Los cree ligados con las fuerzas inferiores, subterráneas, en las que el hombre roza o se adentra en la zona de la animalidad. Y, por consiguien– te, de lo transitorio. Ahora bien; en la zona de la razón lo más importante para ésta es 2s La civili.zación en la historia, p. 130. zq Ibídem, p. 155.

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