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quieta la pal y quietud de la naturaleza se presta á comparaciones sugerentes. Osuna, con todo, recoge sólo las procedentes del Trac– tatus Conscientiae (PL 184, 558) de San Bernardo. En esta obra, el croar de las ranas se asimila a los pensamientos inútiles. En la consumación del recogimiento, Dios toca al alma, acallando su en– tendimiento y el «croar de sus pensamientos inútiles». Las «ranas parleras» no tienen cabida en la unión del alma con Dios, porque aquí, en este tan alto negocio, el Señor no opera con palabras, sino con obras 77 • Este cuadro de la naturaleza y paisaje de la experiencia mís– tica no quedaría completamente descrito si a la fauna no añadie– semos, por lo menos a manera de apunte, algunos aspectos de su flora. En sus elementos fundamentales, la flora osunista refleja el panorama de la tierra castellana y andaluza. La vid, los olivos, el almendro, las. flores de las ventanas enrejadas, el trigo. Sólo el espá– rrago parece desentonar en este conjunto. Utilizado una sola vez, sirve para llamar la atención del hombre recogido sobre lo único importante: Cristo y su amor. Todas las demás cosas carecen de valor. Poco le basta al espárrago en la tierra, para crecer y des– arrollarse. Poco también debe bastar al corazón para entrar y vivir en la soledad con Dios. Entre las flores, los lirios y las margaritas, juntamente con las rosas, se presentan en el Tercer Abecedario con carácter paradig– mático respecto a algunas vicisitudes por las que atraviesa el reco– gimiento. Las margaritas son evocadas por Osuna en un contexto bíblico– patrístico. En él, se alude a un pasaje en que San Jerónimo comen– tando a Ezequiel (28, 13) identifica las piedras preciosas que ador– naban al rey de Tiro con las virtudes, llamándolas «margaritas». Todas estas margaritas se venden, según San Jerónimo, para poder comprar la «margarita que tiene siete ojos» o «las siete gracias que son los don~ del Espíritu Santo». Osuna desarrolla la alegoria, al afirmar que se puede atribuir al alma recogida, cuando poseyendo los dones del Espíritu Santo, se eleva sobre ellos poniendo su cora– zón en el solo amor de Dios. No bastan las margaritas de las vir– tudes, si falta la margarita inapreciable del amor divino. De los lirios y las rosas se hace la observación común de las espinas entre las que crecen. La observación se traslada al campq. de las malas compañías con que la voluntad se encuentra y que le impiden apa– rejarse de modo conveniente para el recogimiento 78 • 77 TAE, para la a,nguila., ~5; 568 y 600, para las ranas. 78 Op. cit., en 461 se alude a las mairgaritas y en 338 y 451, a los linos 54
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