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ha de ser depredada. El enunciado del dístico, en donde se alude al gavilán, clarifica su capacidad representativa de la oración de recogimiento. Dice el dístico: «desembaraza el corazón y vacía todo lo criado». Sólo el corazón que se fija atenta y sutilmente única– mente en Dios puede alcanzar los frutos del recogimiento. Pero para ello ha de vendar las puertas de los sentidos, por donde el corazón se derrama, vendar «sus ojos» como el gavilán, para después fijarlos en su presa que es el mismo Dios. Con idéntica concentra• ción opera el halcón sobre la garza, cuando se «lanza» a tomarla como presa. Dios es la garza y el hombre, el halcón. Dios se deja apresar por el halcón del amor del hombre 64 • Dios habita una luz inaccesible. Su ser es arcano inefable que la mente humana no logra escudriñar, porque se da una despropor– ción infinita entre la capacidad del entendimiento del hombre y la divinidad. Por ello, nuestro conocimiento se halla respecto de las cosas de Dios «a manera de lechuza o de murciélago» 65 • Murciélago y lechuza sirven, así, en el Tercer Abecedario de soporte a la poste– rior justificación de la vida mística. Dios no es aprehendido inte– lectualmente por el hombre, pero sí es gustado y poseído por la expe– riencia del corazón amoroso que a El se entrega. A la oración de recogimiento se opone la disipación del espí– ritu. Para representar el oropel, el colorido falso seductor de las vanidades mundanas, Osuna propone a las mariposas. En primer lugar, por su inconstancia en el objeto de sus vuelos: van de un lado para otro sin permanecer mucho tiempo en ninguno. En se– gundo lugar, la belleza de sus alas tan agradable a la vista se reduce a cenizas, cuando alguien intenta poseerla, tomándola en sus manos. El hombre derramado en su espíritu es semejante a los «muchachos que andan tras las mariposas». Como éstas son inconstantes en sus vuelos, el hombre acaba participando de su inconstancia y se torna disipado. Y, si alguna vez consigue la reali– zación de sus sueños, estos acaban, como las mariposas, haciéndose polvo y nada en sus manos 66 • Los mosquitos reciben por parte de Osuna un triple tratamiento. Junto con el murciélago y la lechuza, señalan la desproporción exis– tente entre el conocimiento humano y el ser de Dios, añadiendo un nuevo aspecto. El mosquito que es atraído por la lumbre y quiere penetrar en ella, termina por morir abrasado. Lo mismo sucede a 64 Op. cit., para el gavilán, 195; para el halcón, 379. 65 Op. cit., lechuza y murciélago se unen en la misma expresión en p. 177, en donde también aparece sola la lechuza. 66 Op. cit., 26'J, 316, 519. 48
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