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despeñándose y el águila hace entonces con él lo que quiere. Del mismo modo que el águila, el demonio obnubila la mente del hom– bre con el polvo de los malos pensamientos hasta el punto de hacerle perder la inocencia de su corazón. En contrapartida a esta actividad nociva del águila se da otra beneficiosa y positiva que el hombre recogido debe asumir en su comportamiento. En efecto, el águila enseña a sus hijos a volar a las alturas y, cuando estos en su ele– vados nidos no miran derechamente al sol sin pestañear, reniega de ellos y los arroja al espacio. Quien se ejercita en la oración mental ha de esforzarse por mantener elevados a Dios su mente y su corazón en todo momento y enseñar esto mismo a los que le tienen por director en este camino del recogimiento. Esta visión del águila que nos ofrece el Tercer Abecedario se completa con una alu– sión al profeta Ezequiel y al animal de cuatro rostros (Ez 1, 10). El del águila representa a la sindéresis, ya que ésta se ubica en lo más alto de la conciencia 62 • El cuervo y las crías del cuervo son traídas a colación por Osuna con ocasión del modo que tiene Dios de proceder con el hombre. Dios escucha a los pollos de cuervo y les da de comer, según la Sagrada Escritura, mientras que el cuervo es reprendido. Nues– tro místico, como es frecuente en él, da al texto una interpretación alegórica. El cuervo representa al hombre que promete a Dios mu– chas cosas, pero no cumple ninguna. Es ave negra, a la que por su manera de actuar «no oye Dios». Sus crías, en cambio, se visten con las plumas blancas de las buenas obras y significan a los peca– dores que se convierten y limpian su alma con actos de penitencia. Dios no fía al hombre el reino de los cielos, ni le anticipa su pose– sión futura con aval alguno, si el hombre no trabaja por él con. obras de presente, «ca las de futuro -las promesas- valen poco si no es por la buena voluntad de presente, en la cual son algo» 63 • El contexto en que se mueve esta alusión al cuervo y a sus crías es el de la experiencia de los gustos interiores espirituales que Dios concede al alma, como prenda de la participación plena que de la vida divina gozará en el futuro reino de los cielos. Las dos aves siguientes -gavilán y halcón- pertenecen al arte de cetrería. El Tercer Abecedario toma del gavilán la manera con la que es amaestrado para la caza. Por su natural condición, esta ave tiene los ojos dispersos y derramados por todas las cosas que ve y a todas ellas quiere volar. Para enseñarle a cazar, le vendan entonces los ojos y únicamente se los descubren ante la presa que 62 TAE 264. Z77, 321, 374, 582. 63 Op. cit., 226.
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