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Dos de las grandes categorías, en cuya órbita se mueve la mayor parte de la ciencia y el pensamiento contemporáneo, son la expe– riencia y el lenguaje. Mientras que la primera se asocia, hoy, con unanimidad a la ciencia considerándola su rasgo distintivo y dife– renciador, la segunda se une a la filosofía en una de sus corrientes más importantes, la anglosajona. Estas dos categorías -experiencia y lenguaje- han sometido a crisis el saber teológico, en su dimensión científica. Así, el neopo– sitivismo lógico con sus variadas versiones del criterio de verifica– bilidad, aplicado a la ciencia, ha establecido que la teología, igual que la metafísica, es un conjunto de pseudoproposiciones: lírica y verso, que únicamente expresan actitudes de hombre frente al mun– do y frente a la vida. ¿Cómo se puecle hablar en teología científica– me;nte, si Dios, su objeto principal de investigación, no es un dato empírico controlable? Por otra parte, la filosofía analítica anglo– sajona del lenguaje concibe a éste bien como espejo en donde se refleja la realidad o bien como una actividad ineludible humana que se ejercita en forma de juegos. En ambos casos, el estatuto epis– temológico de la teología queda malparado. Esto se aprecia en las conclusiones a las que L. Wittgenstein llega en sus dos obras Trac– tatus Logico-Philosophicus e Investigaciones Filosóficas, represen– taivas respectivamente de las dos concepciones filosóficas del len– guaje aducidas. En la primera obra, se infiere que de Dios no se puede hablar, porque no es un hecho atómico ni algo a él reducible. Dios es «el sentido del mundo», pero «el sentido del mundo», pre– cisamente por ser «el sentido», está fuera, por encima del mismo mundo. De aquí que, en torno a Dios, al hombre sóle le cabe el silencio. En las Investigaciones Filosóficas, el discurso sobre Dios exige un juego particular y la determinación de las reglas de este juego. Tratar así a Dios, resulta al teólogo cosa harto frívola y banal. Sin embargo, todo buen teólogo, después, reconsidera la refle– xión analítica y, acuciado por ella, se siente obligado a precisar las condiciones dentro de las cuales su lenguaje cobra significado. Em- 7

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