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Por otra parte, se da en la experiencia mística una segunda clase de ejercicio de amor, difícil de explicar, aunque fácil de sentir. Se trata, aquí; con esta segunda clase de ejercicios, de lograr que el· hombre recogido, sin la mediación de las criaturas, ponga todo el amor de que sea capaz únicamente en Dios. Para ello, precisa «tomar la osadía de enamorar su corazón y su voluntad». El alma se «ena– mora» de su Señor y abandona todo lo creado, todo lo que antes había querido en y por Dios. Entonces, el corazón del hombre reco– gido comienza a ejercitarse en verdaderas voliciones amorosas, en grandes afectos, que terminan en la misma divinidad. Osuna de– clara, llegado a este punto, que no sabe explicar bien cómo el alma ha conseguido desprenderse del amor sano que antes había sentido por las criaturas. Esta dificultad explicativa, según él, quizás deriva de que el corazón en estas voliciones está enajenado, como fuera de sí, puesto en otra cosa que le «tiene robado el sentido». El amor de Dios, de este modo, no sólo ordena todo otro amor, sino que lo apura y limpia de las escorias de la pasión y del placer sensible, para hacerle gustar a qué sabe la divinidad y cuán grande es la consola– ción y la paz que su posesión confiere. El alma participa de forma consciente, aunque por poco tiempo, de la vida divina de la que gozan los bienaventurados en el cielo. Al místico andaluz franciscano, le da la impresión de que el estado del alma a que conduce este ejercicio de amor aconte.ce por un don infuso, ya que la industria humana es impotente para repetir a voluntad este estado. Con todo, cuando el hombre recogido usa con frecuencia este ejercicio adquiere cierto hábito amoroso en sus relaciones directas con Dios a quien vendrá a amar más tierna.mente que a sus familiares y allegados más íntimos 31 • A esta experiencia fundamental de la oración de recogimiento, le son concomitantes otras experiencias derivadas que forman como la atmósfera, el medio vital, donde aquella puede nacer, desarro– llarse. y alcanzar plenitud. Cada una de éstas, a su vez, implica de– terminados ejercicios. En primer lugar, se encuentra la humildad. Osuna advierte que, bien miradas las cosas, su Tercer Abecedario Espiritual debería haber comenzado por ella, ya que la humildad es «un abrir los ci– mientos y hacer la zanja para el edificio» 32 • Goza, además, de un gran· parecido con ·1a oración misma de recogimiento. Ambas, en efecto;· vacían al hombre de sí, para llenarlo de Dios. Es éste el sen– tido de la expresión de Juan el Bautista: «conviene que El crezca 26 31 Op. oit., 485 y 469, ya indicados. 32 Op. cit., 535.
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