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en aquello que ama, Dios, con quien la transforma y unifica. La voluntad y el amor valen más que el conocimiento y que las opera– ciones intelectivas. Tal dignidad y primacía es, juntamente con el ejemplarismo, una de las tesis más caras al pensamiento filosófico– teológico de la corriente medieval franciscana, a la que nuestro mís– tico es fiel en todo momento. ¿Cmno se comporta el amor en la oración de recogimiento? ¿Cómo se ejercita? ¿Qué frutos obtiene? El tratado 16 del Tercer Abecedario Espiritual ofrece en diez capítulos. hermosos un especie de estudio monográfico en torno al amor, desde su perspectiva cristiana. Cae fuera de nuestro propósito exponer el pensamiento osunista a este respecto en toda su integri– dad. Nos interesa sólo poner en evidencia las relaciones del amor con la oración de recogimiento, en sus puntos más sobresalientes. El amor es, por propia naturaleza, don de uno mismo. Dios se da libre y gustosamente al hombre y éste hace lo propio con Dios. Cosa digna de admiración -dirá Osuna-, ya que parece imposible que el hombre tan «bajo» y tan «ratero» en su amor pueda pensar que tiene fuerzas para subir a Dios o que Dios, tan alto en su dig– nidad y que posee en el cielo multitud de ángeles a quienes amar, pueda, a su vez, abajarse a amar al hombre, gusano terreno. Sin em– bargo, esto es posible, por la fuerza del amor, porque éste da capa– cidad de sacar fuera de los términos de su ser tanto el corazón de Dios como el del hombre. Y dado que Dios es impartible e indivi– ¡;,,ible, se sigue que quien ama a Cristo y se coloca en El, se convierte en morada del Padre y del Espíritu Santo 29 • Pero ¿cómo conseguirá el hombre que el amor le «saque de qui– cio», le haga salir de los términos de su propio ser finito y limitado, para ubicarse en la región ontológica de la divinidad? Se imponen, para esta meta, dos clases de ejercicios. El primero tiene como objeto la contemplación de las criaturas para amar en ellas a Dios. Esto no se realiza a través de muchos pensamientos y cogitaciones, sino por el afecto y «con un querer bien a Dios por cualquier cosita que haya criado». Este afecto y querer bien a Dios se agranda y cobra una nueva dimensión, cuando el alma siente que ella daría a su Señor todo cuanto ha criado, si El careciera de ello y lo hubiera menester. De esta mnera se puede amar a Dios, adquiriendo hábito. El varón recogido debe aprender en este ejercicio a sacar amor de todas las cosas terrestres y celestes, de las virtudes y dones que Dios le ha concedido tanto a él como a los demás hombres, especial– mente sus hermanos en religión 30 • 29 Op. cit., 193 y 239, por ejemplo. 30 Op. oit., 469-70 y 484-85. 25

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