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SAN BUENAVENTURA Y EL HOMBRE ACTUAL 425 Esta deshumanización de la vida del espíritu se había consumado ante– riormente en el plano de las ideas y en el plano de la acción. En el plano de las ideas los sistemas filosóficos vigentes en el siglo XIX, tanto en la vertiente idealista como en la positivista y materialista, querían hacer ver que la existencia humana no es más que una pieza en el ingente engranaje a que se ve sometido el desarrollo del cosmos con sus leyes infrangibles. En el plano de la acción una técnica, cada día más exigente, obligaba al hombre, aún contra las protestas de su libertad, a huncirse al yugo de organizaciones, planificadas abstractamente, que le sometían a servidumbre. A este hundimiento de la persona humana quiere aportar remedio el existencialismo. Y al realizar este esfuerzo, nadie le puede regatear un mérito histórico. Como terapéutica de esta situación espiritual, propone dos perspectivas mentales. La primera es un retorno a una filosofía con– creta, según frase de G. Marcel 7 • Esta debe clasificar la existencia humana, explorar sus recónditos caminos, advertir las sinuosidades de los mismos. La filosofía concreta es un retorno a la interioridad. La segunda perspectiva consiste en poner de relieve las fuerzas crea– doras de la libertad, en considerar a ésta como el mejor florón del espíritu humano. Cierto que hay que advertir al instante que algunas corrientes del existencialismo tomaron una senda muy desviada. Vieron en la libertad, no tanto la capacidad humana al servicio de los valores espirituales, cuanto una suficiencia para crear esos mismos valores. La existencia prima sobre la esencia y la forja, decía J.-P. Sartre. Estos excesos no pueden impedir– nos ver cuán necesario era redimir al hombre de los artilugios de un de– terminismo despersonalizador. Por fortuna, en los pensadores hispánicos la exaltación de la libertad no se vincula al existencialismo. Y menos a sus excesos. Ya en Ortega y Gasset la libertad es el eje en torno al cual gira la auténtica vida humana. Esta, a la que define como un gerundio, faciendum, debe actuarse por el ejercicio inspirado e iluminado de la libertad. Con frase hiriente afirma Ortega que, si no queremos hacer de nuestra vida una nueva estatua de sal, remedo de la bíblica, tenemos forzosamente que utilizar nuestra li– bertad. Para lo único para lo que no somos libres es para dejar de serlo 8 • 7 Cf. Essai de philosophie concrete, Edit. GALLIMARD, 1967. (Esta obra fue publicada originariamente en esta misma editoriil con el título, Du refus ii l'invo– cation, 1940. 8 Este tema es una constante en la filosofía de Ortega. Las frases citadas están tomadas de su obra, Historia como sistema, en Obras completas, t. VI, p. 23 ss.

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