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EL CAMINO DE LA SIMPLICIDAD Simple es lo opuesto a complicado, o más bien complejo, y "dícese también de una persona necia y de poco discurso" (Diccionario de la Academia). Esto de definir un concepto o una cualidad por lo que se le opone era cosa usual en la Edad Media; y es precisamente la manera como san Francisco define a la simpli– cidad, oponiéndola a la "sabiduría de este mundo y la sabiduría de la carne" (SalVir 10) . San Pablo entiende la simplicidad como "limpidez y sinceridad que vienen de Dios" (2 Cor. 1, 12). No se trata, pues, de una disposición natural, sino de una cua– lidad del espíritu "hija de la gracia, hermana de la sabiduría y madre de la justicia", como dice Tomás de Celano (2C 189); y que en el Antiguo Testamento se identificaba con la rectitud, la mansedumbre y la entereza moral, y en el Nuevo con la pureza de corazón, el espíritu de infancia y la disponibilidad de los pobres. Según K. Esser, "el camino de la simplicidad es el camino franciscano" (Temas es– pirituales, Ed. Aránzazu, p. 18); y L. Lavelle afirma que se trata de uno de los aspec– tos más característicos del franciscanismo, y que está entre los motivos que expli– can mejor el extraordinario influjo de san Francisco en su tiempo y a lo largo de la historia. Ciertamente, la simplicidad define -o, al menos, ha definido en otros tiempos– el modo de ser franciscano; y, como lo afirmamos de otros valores, como la contem– plación, podría tratarse también de una dimensión perdida. Si fuera así, sería como para preocuparse, ya que el propio san Francisco proponía ese camino como suyo a sus hermanos: "Hermanos míos, hermanos míos, Dios me llamó a caminar por la vía de la simplicidad" (LP 18). Esta simplicidad, hermana de la sabiduría, que Francisco anhelaba para sus se– guidores, deja de lado la sabiduría de este mundo, "toda ostentación y petulancia", y "busca no la corteza, sino la médula, no la envoltura, sino el cogollo, no la canti– dad sino la calidad, el bien sumo y estable" (2C 179). Porque en el origen y la entraña del proyecto evangélico de Francisco está la bús– queda de Dios como el Bien supremo y total, fuera del cual no hay ningún bien. En la medida de la sinceridad e intensidad de esa búsqueda, cualquier actividad del espíritu, incluida una práctica religiosa, incluso devota, y la actividad apostólica van entrando cada vez más en la zona de sombra de lo relativo. 193

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