BCCCAP00000000000000000001600

nes del Capitalismo y no son coherentes con sus principios. Por eso hay que incluirlos de lleno en este juicio negativo del Capitalismo. Esta situación debe ser llamada, teológi– camente, "pecado". Pero, además de pecado, hay un ateísmo implícito. La invocación expresa del nombre de Dios encubre la negación del Dios de la vida. No basta afirmar que creemos en un solo Dios. La promulgación del decálogo en el Si– naí establece nítidamente: "Yo soy Yahvé, el que te sacó de Egipto, no habrá para ti otros dioses" (Ex 20, 2-3). No es suficiente rechazar el politeísmo para acertar con el Dios verda– dero. No hay más Dios que el liberador, el que da vida, y humaniza al hombre. Si da muerte, si esclaviza, no es Dios, es un ídolo que recla– ma víctimas humanas. Aquí radica el riesgo que corren los go– biernos latinoamericanos. Ninguno se confie– sa ateo o increyente. Esto no sería aceptado en modo alguno por nuestro pueblo creyente. Pero al confesar un gobierno su fe en Dios y al mismo tiempo mantener una práctica de injusticia contra los hermanos, ya no venera al Dios que nos libró de Egipto, sino un ído– lo. Estamos de lleno en una práctica idolátri– ca por parte de una autoridad despótica y dic– tatorial. "Llegará la hora en que todo el que os mate, piense que da culto a Dios" (Jn 16, 2). Y es que el conocimiento de Dios no se realiza en un nivel abstracto, neutro, sino to– mando partido por la justicia en favor de los hombres: "No sólo el que me diga: 'Señor, Se– ñor' sino el que cumpla la voluntad de mi Pa– dre, es el que entrará en el Reino" (Mt 7, 21). Conocer a Dios es practicar la justicia, proclaman los Profetas: "Hizo justicia y equi– dad, juzgó la causa del pobrecillo. ¿No es esto conocerme? Oráculo de Yahvé" (Jer 22, 15- 16). El Dios libertador hizo alianza con el pue– blo: "Yo seré tu Dios, y tú serás mi pueblo" (Lev 26, 12). La alianza no es con los indivi– duos, sino con el pueblo, de modo que si no somos "pueblo" en libertad, no podemos con– siderar a Yahvé como aliado. La alianza supo– ne la tarea de hacer pueblo, de rescatar nues– tra dignidad humana, de continuar la obra li– beradora de Dios. No puede haber teología sin antropología. No son realidades antagónicas. Quien huma– niza al hombre y lo integra en la realidad del pueblo, está "practicando a Dios", continuan- 284 do la práctica divina; está haciendo labor teo– lógica, entra en la dinámica del Reino de Dios. Al Dios invisible (Jn 1, 18) se le está con– templando en los empobrecidos, en los que vi– ven en condición infrahumana. Ahí es donde Dios está continuando su tarea creadora: "Ha– gamos al hombre". No es una obra sólo socia– lizante, sino que supone una perspectiva de fe, una dimensión contemplativa: ver en los po– bres la presencia de Cristo, según el juicio fi– nal: "Tuve hambre y me diste de comer" (Mt 25, 35). En definitiva nuestra afirmación funda– mental no quiere ser otra que la del Apóstol Juan: "Si alguno dice: 'Amo a Dios', y aborre– ce a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (1 Jn 4, 20). Esta es la gran mentira del Capitalismo. Dice que ama a Dios, que defiende los valores de la civilización cristiana, pero oprime y ma– ta. "Profesan conocer a Dios, mas con sus obras le niegan; son abominables y rebeldes, incapaces de toda obra buena" (Tito 1, 16). Esa realidad contradictoria desenmascara la mentira constitutiva de un sistema que se afirma creyente y que es idólatra y ateo. Es la acusación de Cristo a los judíos: "Ustedes tie– nen como padre al diablo, que es homicida des– de el principio y no se mantuvo en la verdad; cuando dice mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44). Matar al hombre no es mantenerse en la verdad, es lo profundamente diabólico. En cambio atribuir al diablo el dar vida, es pecar contra el Espíritu Santo (Mt 12, 31-32). Don– de haya hombres que trabajen por humani– zar el mundo, por dar vida, por crear herman– dad, pueblo y libertad, allí está el Espíritu -del Señor (2 Cor 3, 17). Esta es la lectura teológica que se despren– de de la realidad latinoamericana. III. Respuesta eclesial La respuesta presupone una pregunta. Tie– ne que haber coherencia entre la pregunta y la respuesta si no queremos que sea un diálogo de sordos. La respuesta exige comprensión de la pregunta, y responsabilidad o capacidad de satisfacer a la pregunta. No sirve la res– puesta a una pregunta que nadie ha hecho. Una respuesta, por muy moral que sea, re– sulta inmoral si no es respuesta a lo que se

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz