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326 Los documentos están ahí, con expresiones de deseos y recomendacio– nes explícitas que tardan en convertirse en acciones eficaces, si bien es cier– to que en los últimos años se están realizando aquí y allá algunos intentos de creación de eremitorios, fraternidades de oración o casas de retiro. Se afir– ma, y lo dicen incluso algunos hermanos Ministros provinciales, que "no hay muchos hermanos con vocación contemplativa", lo cual, si fuera cierto, y al parecer lo es, equivaldría a negarnos a nosotros mismos; o también: "los hermanos están cada vez más exigidos por la actividad apostólica" (más bien, parroquial), como para permitirles dedicar siquiera una semana al "ocio santo" de la oración y contemplación en un eremitorio; se trataría de un "lujo" que no podríamos permitirnos hoy, mientras nos permitimos otros menos santos. No bastan, pues, los documentos ni las exhortaciones de los hermanos Ministros provinciales en relación con esta prioridad uno de nuestra forma de vida, por más apremiantes y motivadoras que sean. Habría que tener en cuenta también aquí el aforismo clásico: "verba mo– vent, exempla trahunt"; es decir, que el incentivo mayor y la inspiración más fuerte para recuperar esa dimensión "perdida" del carisma franciscano tie– ne que venir, por un lado, de la voluntad eficaz de los hermanos Ministros provinciales y su Consejo de promover y apoyar proyectos realizables, aun a costa de "sacrificar" hermanos igualmente valiosos para otros menesteres; y, por otro, del contacto con hermanos para quienes la "vida de oración" ha dejado de ser un tópico, y de fraternidades que testimonien lo que están vi– viendo sin necesidad de proclamarlo, llámense como se llamen. Se afirma también que "todas nuestras fraternidades deben ser casas de oración", lo cual es bien cierto; pero sabemos que, en su mayoría no lo son; y por eso es necesario crear algunas que lo sean de una manera más clara y explícita, y con objetivos bien definidos. Finalmente, necesitamos hermanos "expertos en oración", como los nece– sitamos expertos en otras disciplinas, liberados para animar la oración de los hermanos, las fraternidades y el pueblo. Porque, al parecer, olvidamos que la oración también es una "disciplina", es decir algo que requiere ejerci– cio y aprendizaje, sobre todo cuando se ha orado mal o apuradamente du– rante demasiado tiempo. Es posible que nos cueste reconocerlo, pero es la experiencia de algunos hermanos, y no necesariamente jóvenes. · Si nuestra vida y actividad apostólica no son, antes que nada, el testimo– nio de una vida integrada y coherente, una vida con Dios, ¿qué es?; o, ¿qué podemos ofrecer a un mundo al que queremos evangelizar si nosotros mis– mos no estamos evangelizados, es decir, transformados por el "Espíritu del Señor" en hombres nuevos? Camilo E. Luquin
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