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454 - Urgencia de concretar, y no principalmente a nivel teórico, sino desde una praxis coherente, una fecunda (y, por cierto, dinámica) síntesis entre me– moria y profecía, o dogmatismo y libertad de espíritu, conservación y trans– formación, sacralización de los orígenes y de una tradición secular y encarna– ción en el tiempo presente. Tal vez nuestro principal problema sea éste: nues– tra desencarnación en el mundo en que vivimos, tan plural y diverso, su cul– tura, su simbología, su lenguaje, sus afirmaciones y negaciones, la vida real y toda la problemática del mundo secular y desarrollado, por un lado, y del mundo sumergido y oprimido, por el otro. - Priorizar una vida de oración y contemplación (todas nuestras frater– nidades, se dijo en el Plenario, deben ser contemplativas, no sólo aquéllas que se crean para vivirla de una manera más intensa y visible) no reductiva del misterio de la Encarnación, una experiencia fundante de Dios, es decir, des– de su palabra y desde la historia de los hombres; una oración y contem– plación como una incesante actividad del espíritu que nos revela el rostro de Dios en sus criaturas, y especialmente en las más menesterosas y necesita– das de atención y cuidado. El capítulo correspondiente del Plenario enfatiza esta perspectiva, indispensable para que la oración y contemplación no se conviertan en una actividad interior intimista y evasiva. -Estamos demasiado condicionados por nuestra propia actividad apos– tólica, encuadrada predominantemente en una línea de ministerios y obras, y por una vida fraterna marcada por la rutina y la consiguiente falta de creati– vidad, que no acaba de encontrar los caminos del futuro y de convertirse en un signo profético para el mundo de hoy. Si estamos llamados a hacer nuevas todas las cosas, como lo proclama– mos en nuestra predicación, con ese espíritu de novedad tan peculiar de san Francisco y sus primeros compañeros, y que Tomás de Celano tematiza tan agudamente, vamos a necesitar en los próximos años (los pocos que ya res– tan para culminar el siglo) un renovado espíritu de decisión y audacia para no continuar repitiéndonos a nosotros mismos hasta el cansancio, hasta el hastío, sino, en obediencia al Espíritu del Señor, nuestro verdadero Minis– tro General, dejarnos transformar interior y exteriormente, para convertir nues– tro presente en una novedad absoluta, una experiencia original. Es lo que dijo en el Plenario uno de los delegados: "Nuestro carisma está aún por nacer al futuro. Y será un nacimiento nuevo, único, o un aborto". Cuando hablamos de memoria y profecía, estamos hablando de esta ten– sión dinámica, esta urgencia de armonizar los contrarios -y las contradiccio– nes- de nuestra vida y actividad, desde nuestras seguridades y nuestras ru– tinas y desde las exigencias de transformación de una realidad tan desafian– te·y desconcertante, que nos está reclamando una síntesis operativa coheren– te con nuestro carisma y con la realidad del mundo en que vivimos, y válida para un futuro que es ya presente. Camilo E. Luquin
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