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merienda o, al menos, no rechazándola nunca entre sus familiares. Así, por ejem– plo, en los años de permanencia en Francia (36 al 43). Ya tendremos ocasión de comprobarlo nuevamente por el testimonio de su hermana María. Su figura menuda, su andar apresurado, su distinción a la hora de sentarse al piano o al órgano para interpretar cualquier clase de música; y, sobre todo, la ex– quisitez y delicadeza de sus pequeñas canciones, de aquellos famosos "Preludios vascos" que le abrieron todas las puertas... , todo le daba un aire señorial, que, sin embargo, no le creaba distancias, sino que constituía un verdadero atractivo para quienes le rodeaban. Lejos de ser un ropaje ese talante exterior del P. Donostia, esa distinción, con– jugaba admirablemente con su alma, su figura, su personalidad franciscana. Era un verdadero juglar. El P. Jorde de Riezu, en su pequeña biografía constata que se le oía decir: "Antes que músico, y antes que nada, soy capuchino". Su porte exterior era exquisito, siempre con su pulcro y atildado hábito. Tenían el don natural de al– ternar con toda clase de gentes; y, con la anuencia de sus Superiores, en vista de sus relevantes dotes artísticas, entraba y salía donde lo requerían, estudiaba y se comunicaba con eminentes profesionales, no sólo de su especialidad sino de cual– quier otra. Y lo notable es que no desdecía en ningún lugar; siempre respetado y bienvenido, sabía guardar su lugar con su infalible buen juicio. No podemos ni si– quiera mencionar a todas las personalidades que lo distinguieron con su amistad: Ravel, Pedrell, Granados, Maragall, Verdaguer, Riber, Guasch, Marañón, etc., etc. En el estreno de su "Vie profonde de S. Frarn;;ois d'Assise" en el Teatro de los Campos Elíseos de París, los días 1 y 6 de noviembre de 1926, estuvo presente lo más granado de la sociedad francesa. Baste decir que formaban el Comité de Ho– nor los señores embajadores de Estados Unidos y de Bélgica y monseñor Chaptal, obispo auxiliar del cardenal Dubois; y que en la lista interminable del Comité del Patronato, junto a figuras de la nobleza, se podían leer los nombres de figuras tan prestigiosas como L. Gillet, G. Goyau, L. Jorgensen, J. Maritain, M. Ravel, L. Rouart y P. Valery. Veamos ahora lo que nos dice el mismo P. Donostia. En 1921 dictaba una con– ferencia en Vitoria; al comienzo hizo una ligera alusión a su condición de joven, vasco y religioso capuchino, como para corroborar su entusiasmo y dedicación a la investigación y la búsqueda de canciones vascas, y agrega: "Añadid a esto mi condición de hijo de aquel 'Poverello', de aquel 'rey de la juventud' que llamaba hermanos a los lobos y a las alondras, para quien la música fue su constante compa– ñera, de aquel que enviaba a sus frailes a la predicación de los burgos pendencie– ros, reuniendo a sus habitantes en las plazas con la canción en los labios, de aquel 'juglar divino' que, al decir de Celano, en sus deliquios cantaba al Amor Supremo acompañándose con una viola o dos pedazos de madera que apoyaba sobre su hom– bro como si fuera un violín...". Se puede advertir a través de una exposición tan sencilla y espontánea su pro– pia identificación como músico-cantor y fraile menor. No hace gala de nada, pero tampoco oculta su condición. Y se trataba de un tema como el de "cómo canta el vasco", en la sesión de clausura de la semana agrícola alavesa. Antes de entrar a estudiar la personalidad musical del P. Donostia en sus di– versas facetas, digamos que lo más admirable de su personalidad e identidad como artista es esa auténtica armonía (iy él sabía mucho de armonía!) que se trasluce a través de toda su vida. Impulsado por su instinto de artista, y al mismo tiempo estimulado y apoyado por sus Superiores, vio con absoluta claridad que estaba llamado a una entrega to– tal al arte de la música. No existe ninguna disociación entre estos dos elementos: su vocación franciscana y su vocación musical; él es un franciscano-capuchino, por un lado, y en ninguna forma y ningún momento renunció jamás a serlo, a pesar d~ sus crisis, que las tuvo, y de las que hablaremos; incluso era para él algo fácil y natural ser lo que era, permanecer fiel a su vocación franciscana, sin fisuras. Pero quería ser, y lo fue , un franciscano artista; es decir, su papel en la Iglesia, en su Orden y en el mundo fue y seguirá siendo el de un franciscano-artista: cantar y 53
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