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52 En General, hay consenso entre quienes lo conocieron en que era un hombre feliz, un franciscano "natural" y sincero, un hombre de buen talante y con sentido del humor. Todos lo consideraban como un buen compañero y hermano, alegre y un tanto demasiado confiado en los demás, como si no pudiera imaginar que los demás pudieran ser de manera distinta de como se sentía a sí mismo. Era, además, un temperamento activo y lleno de vivacidad. Daba la impresión de andar siempre apurado de tiempo. Era fanático de la puntualidad, y siempre le tocaba a él esperar a los demás. En Barcelona le tocó vivir con otro sacerdote, ex– celente compañero, que era el polo opuesto del P. Donostia. Nos cuenta a este pro– pósito el señor Querol, ex-Director del Instituto Español de Musicología del Con– sejo Superior de Investigaciones Científicas: "Yo llegaba al Instituto a las diez de la mañana... y permanecía allí hasta las dos de la tarde; Donostia y Baldelló salían una hora antes; el primero, para llegar a comer a tiempo al convento, el segundo porque habitaba en la parte nordeste de la ciudad, muy lejos del Instituto. Baldelló y Donos– tia formaban un dúo extraordinario. Baldelló, virtuoso sacerdote, especia– lista en la música popular religiosa catalana y en la historia de la música de la ciudad de Barcelona, era un hombre reposado, de excelente buen hu– mor; me ejercitaba la paciencia si alguna vez salíamos juntos y andábamos por la calle, pues caminaba con tanta calma como si tuviese el doble de años... Pero tenía cualidades que le granjeaban muchísimos amigos... Pero, icosa admirable y digna de ser mencionada! El P. Donostia era igualmente querido por todos los que lo trataban, tenía igualmente muchos amigos, y en consecuencia, frecuentes invitaciones para comer; pero muchas las ex– cusaba por seguir la disciplina del convento. En este aspecto social, tenía, pues, las mismas virtudes que Baldelló, pero con un carácter y personali– dad totalmente diferentes, por no decir opuestas : el P. Donostia andaba siempre ligero, a prisa, como si le faltara tiempo para hacer todo lo que se había propuesto. A veces, cuando pasaba junto a la mesa de Baldelló, ha– cía volar con el aire de su capa la-s fichas o cuartillas que aquél tenía sobre la mesa, lo que le hacía exclamar: 'Pero, P. Donostia, ¿a dónde va tan de prisa?'. Este le sonreía con una mirada de niño algo travieso, añadiendo alguna palabra amable que hacía feliz a Baldelló". El mismo autor hace esta observación sumamente curiosa: "Desde el primer momento que vi al P. Donostia (1944) su cabeza me hizo siempre pensar en la de Lope de Vega. Puede ser una apreciación pura– mente subjetiva, pero algo de común tendrían ambas cabezas, pues de otra suerte no hubiera surgido en mi cerebro esa comparación. Desde luego la faz de ambos tiene el aspecto de un triángulo agudo invertido, y un perfil de distinción e inteligencia". Digamos también que en su sentido del humor, reconocido por todos, había una punta de ironía, que tampoco trataba de ocultar. Tenía conciencia de sus pro– pios talentos, conciencia de pertenecer a una "minoría" selecta, artística y huma– namente hablando. Empezaba por ironizarse a sí mismo, diciendo que, felizmente, Dios lo había hecho raro. Es decir, no adocenado. En sus observaciones musicales muestra claras preferencias por los humoristas, como Eric Satie. El mismo califica a algunas de sus composiciones como "humorísticas": así el "Venerabilis Barba Ca– puccinorum" lleva como subtítulo "scherzo humorístico". Y tiene muchas cancio– nes satíricas, burlescas, humorísticas... Así como en el "Venerabilis barba" decía que se había propuesto burlarse de las larguísimas barbas de algunos de sus com– pañeros (su ironía, por lo demás, no era cáustica, sino amable), también compuso una pieza de órgano que tituló burlonamente "DO-SI-RE-DO", refiriéndose soca– rronamente al Hermano Dositeo, de quien se contaban muchas cosas peregrinas. El título completo de la pieza es "Toccata sobre el tema DO-SI-RE-DO". Podemos agregar a estas referencias sobre su carácter algo que lo ha definido como su talante personal, lo que lo define mejor: su porte, su figura, sus gustos re– finados. El P. Donostia ha pasado a la historia como un hombre distinguido, sin más. Sin remilgos ni afectaciones, sin falsas humildades tampoco, y sin disimula– da pobreza. Malos tiempos corrieron para él muchas veces como para simular una pobreza auténtica, llegando a pasar verdadera hambre, y aun casi mendigando una

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