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64 No hay duda de que, a veces, un coro "aficionado" es mejor que un coro pro– fesional, sobre todo, si de amor y entrega se trata. En este caso, debo confesar que hubo verdadera entrega, tal vez hubieran sido necesarios algunos ensayos más, pe– ro era más bien cuestión de "nivel" técnico. La afinación simplemente está en la "escuela" y la calidad de la voz. Y nosotros nos quedábamos siempre un punto más abajo de las exigencias. Mirando a Donostia, imaginábamos que se regodeaba con nuestros esfuerzos imposibles, como si al finalizar su obra hubiera dicho simple– mente: "iAhí queda eso!"; el que lo pueda captar que lo capte y el que lo pueda cantar (interpretar) que lo haga. Y nos dejó solos. Elegante y orgullosamente. (Entre paréntesis, perdóneseme este excursus, que está aquí un poco fuera de lugar; y correspondería al análisis de Donostia como compositor). Y voy finalizan– do la primera parte de este trabajo. De 1920 en adelante, el P. Donostia es cada vez menos el folklorista y más el compositor, aunque ya hemos dicho que nunca se olvida de su cancionero y toda– vía dedicará gran parte de su vida al folklore , y más aún a la musicología e inves– tigación. Sus obras orquestales y teatrales, sus dramas musicales, son fundamentalmen– te "Les .trois miracles de Ste. Cécile", "La Vie profonde de Saint Fron~ois d'Assise", "Le Noel de Greccio", "La Quéte héroique du Graal", que no son propiamente gé– nero folklórico ni popular, pero que contienen recursos buscados expresamente para "variar" el tema, o mejor, marcar un rumbo nuevo o refrescar notablemente la línea melódica. Quiero advertir que, al hablar del músico intentaré decir cómo y por qué recu– rre el P. Donostia frecuentemente al folklore, a su línea melódica, quizás un solo verso, y para qué. Lo haré al referirme al compositor original que hay en él. También nos ha dado algunas versiones orquestales en forma de suite. Hay quince números para pequeña orquesta; pero los hay también para gran orquesta; sus "Acuarelas Vascas", sus "Preludios vascos" y las "Infantiles". No es nada despreciable su obra sinfónica, y más que nada porque nos permite valorar su calidad artística. Y notamos una vez más la omnipresencia del folklore en una u otra forma. Por otro lado, estamos en la cima artística del compositor en esta hora de su creación, y su creación orquestal. Este Donostia es nuevo, pujante, está embriagado con el vino añejo de solera de siempre, él que ha llevado en su equipaje unas preciosas armonías e incomparables melodías, pero que, al contacto con las nuevas técnicas ha entrado en efervescencia, se le ha agregado la más pura esencia del "cognac" francés y los buenos mostos europeos, y la embriaguez ha sido total: una embria– guez lúcida y frenética a la vez, bulliciosa y contenida; el resultado es un trabajo fino, de buen sabor y paladar. El P. Donostia jamás se desborda, no pierde facul– tades, ha salido ganancioso y nos brinda sus mejores cosechas. Y es _inútil seguir enumerando: siguen las canciones, a sólo, a una voz y pia– no, para coro, para coro y orquesta, etc. No quiero fatigar al lector. Sólo agregaré que de esta época hay unas canciones sefardíes, que tuvimos la oportunidad de es– cuchar recientemente en el teatro "Victoria Eugenia" de San Sebastián con la or– questa de Euzkadi: al frente de ella Bello Portu. Y no en una versión memorable precisamente, por culpa de todos. Las "Infantiles", "Paisaje suletino" o "Menuet basque", amén de algunos otros títulos todavía son de alguna manera folklóricas. Pero una cosa es la melodía vasca y otra la "evocación" o capacidad artística de expresar un sentimiento, un paisa– je sin apoyos. Esto es una lección aprendida de Debussy. En la próxima entrega estudiaremos un tanto sumariamente al musicólogo, y finalmente abordaremos su personalidad como compositor. Nos queda su vida en– tre dos destierros: el de Francia: 36-43, y el de Barcelona: 43-53. Pero su vida con– tinúa; también hoy. (Continuará en el número de CUADERNOS de setiembre).
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